Tomado del diario La República. Lima
El 28 de octubre de 1746 cayó viernes y los pobladores
de la opulenta ciudad de Lima descansaban en sus casas aprovechando el clima
templado primaveral y la hermosa Luna llena que alumbraba patios y jardines.
Pero a las 10 y 30 de la noche desde las profundidades de la
tierra surgió un aterrador rugido seguido por un violento terremoto que
remeció la ciudad durante tres minutos. Todo se derrumbó: el
palacio del virrey, la catedral, los conventos, las iglesias, las casonas, el
local de la Santa Inquisición. De las cinco mil viviendas sólo quedaron en pie
una veintena
de casonas -entre ellas el Palacio de Torre Tagle- y el
puente de piedra.
La capital del mayor virreinato de América del Sur quedó
en ruinas en sólo 120 segundos. Pero minutos después, en el Callao, cuando sus
pobladores trataban de salir debajo de los escombros una sucesión de olas del tamaño de
un edificio de cinco pisos arrasó la urbe. El tsunami se
tragó al primer puerto peruano. Ahora se sabe que el agua del mar llegó hasta
la actual avenida Faucett, y que la iglesia a San Juan
Bautista, ubicada bajo el by pass de la avenida Colonial, marcó para siempre el
alcance del catastrófico maremoto.
Fue el seísmo más fuerte y catastrófico en la historia de la
ciudad de Lima. Se sintió en lugares tan lejanos como Piura, Tacna,
Cajamarca y Cusco. Durante el terremoto murieron 6 mil personas (el 10 por
ciento de la población citadina) y dos mil más fallecieron en las semanas
siguientes por los derrumbes provocados por las réplicas y las epidemias. De
los 5 mil chalacos sólo 200 sobrevivieron al terremoto y al posterior tsunami.
La otrora orgullosa y bella ciudad de Lima quedó en escombros.
Los curas dijeron
que fue castigo divino por “la lujuria de sus vecinos y los escotes de las
limeñas”.
Cuando todo se dio por perdido el virrey José Antonio Manso de
Velasco y Sánchez de Samaniego, sobreviviente del terremoto, se instaló en una
pequeña cabaña en plena Plaza Mayor de Lima y encabezó la reconstrucción.
Descartó el posible traslado de la ciudad, reconstruyó los hospitales para
controlar las epidemias y atender a los heridos. Instaló centros de
abastecimiento (mercadillos, panadería, molinos), colocó orcas y ordenó juicios
sumarios para los saqueadores; y mandó reconstruir el sistema de canales de
agua.
Ordenó de reconstruir las casonas de Lima con muros de adobe.
Hasta entonces, las viviendas y ranchos eran construidos con “material noble”
de la época (piedra y ladrillos) pero los estrategas del virrey decidieron que
el adobe era más liviano y más seguro en caso de futuros seísmos. Aquí empezó
la desunión: los vecinos limeños exigieron construir hasta dos pisos para
instalar sus típicos balcones. El virrey dio su brazo a torcer y autorizó que
el primer piso sea de adobe y el segundo de quincha.
Poco a poco, Lima fue recuperando su esplendor y recuperando su
prestigio como capital del virreinato del Perú. Las noticias del terremoto de
Lima dieron la vuelta al mundo, así como su rápida reconstrucción. Por orden
del propio rey de España, el virrey Manso de Velasco pasó a ser Conde
Superunda, es decir, de la “superola”.
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