LA MATANZA DE LOS
INOCENTES
Algunos
hechos de nuestro pasado que no necesariamente son reales o que no sucedieron tal
y como nos contaron.
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El descubrimiento de este sacrificio cambia por completo la imagen que se tiene de la cultura Chimú. Foto National Geographic |
Eran
días de lluvias interminables. El agua parecía cubrirlo todo y en el enorme
desierto se formaban capas de barro que llegaban prácticamente hasta el
litoral. Entonces se llevó a cabo el macabro ritual. Niños traídos de todos los
confines del imperio fueron reunidos en la ciudad de Chan Chan y los prepararon
para el sacrificio. Sus cuerpos casi desnudos, apenas cubiertos por taparrabos,
fueron untados con cinabrio, un mineral tóxico que enrojece la piel, y que era
extraído de las minas de Huancavelica. Luego fueron divididos en dos grupos, y
los obligaron a marchar por el desierto, acompañados de 200 llamas jóvenes, de
no más de un año de edad. Cada cierto tiempo, la silenciosa caravana se
resistía a avanzar. Después de caminar más de un kilómetro y medio, la
procesión se detuvo en una especie de colina, cerca del acantilado. Desde ahí
se podía mirar el horizonte enturbiado por las tormentas.
En
este lugar, los chimús dieron inicio a la espeluznante ceremonia. Para que el
diluvio se detuviera, todos los niños y las niñas debían ser ofrendados a los
dioses.
En
el 2011, cuando se realizaban excavaciones en un banco de arena cercano a Chan
Chan, en una zona conocida como Huanchaquito-Las Llamas, unos trabajadores
dieron la primera señal de alerta. Debajo de las dunas se había formado una
costra de barro de donde sobresalían unos brillantes cráneos humanos. El joven
arqueólogo Gabriel Prieto llegó rápidamente al lugar. Ni siquiera sospechaba lo
que iba a encontrar. Con la ayuda de las autoridades de la Municipalidad de
Huanchaco y de la Dirección Desconcentrada de Cultura, tramitó los permisos
para excavar en este humilde sitio arqueológico —rodeado de urbanizaciones— y
decenas de pequeños esqueletos de humanos y de camélidos empezaron a salir a la
luz.
Todos
los restos tenían un mismo patrón: las costillas estaban abiertas por el
esternón mediante un corte perfecto. A todos, además, se les había extraído el
corazón. Las llamas, enterradas en las mismas tumbas, habían sido sacrificadas
de la misma manera.
Han
pasado siete años y ahora Gabriel Prieto, convertido ya en explorador de la
National Geographic, puede hacer el anuncio definitivo. Después de someter los
restos óseos y las telas de los taparrabos encontradas alrededor de ellos a la
datación de radiocarbono y a diversos estudios isotópicos y de ADN, pudo
concluir que estos infantes murieron un día de 1450, durante el máximo
esplendor de la cultura Chimú. Eran 70 niños y 70 niñas de distintos pueblos
sacrificados en un mismo ritual. Ayudado por el arqueólogo John Verano, también
ha podido determinar que todos tenían un rango de edad entre los cinco y 14
años, con una media de ocho a 12.
“Aunque
se sabía de sacrificios individuales de niños en los nevados, este es un
hallazgo sin precedentes en la arqueología peruana”, anuncia. “Nunca nos
imaginamos que podía existir algo así: 140 niños matados en un mismo momento,
junto con 200 llamas jóvenes que entonces eran animales sagrados. Es un ritual
que cambia completamente la idea que teníamos de los chimús, que usualmente
eran vistos como un pueblo ecológico que decoraba sus templos con pececitos y
aves”, agrega.
* * *
¿Por
qué los chimús realizaron este sacrificio? “Esta es una terraza marina —explica
Prieto—, como el acantilado de la Costa Verde pero mucho más baja. Los cuerpos
han sido hallados debajo de un banco de arena en una capa de barro sedimentada
que nos hace pensar que en el momento del sacrificio la zona estaba inundada
por las lluvias. Justamente, en esta capa han quedado las huellas de los pies
descalzos de los niños y de las sandalias de quienes los ajusticiaron. Se ven
los pasos de un grupo que venía de sur a norte, y de otro que venía de norte a
sur. Y también podemos ver las huellas de los animales que se resistían a
morir. Es como si toda la escena hubiera quedado congelada en el tiempo”.
Prieto,
quien ha estudiado en la Universidad de Trujillo y luego en Yale, compara estos
sacrificios con los practicados por los aztecas en México. “Ellos solían
ofrendar niños al dios de la lluvia y creían que el llanto de las criaturas
satisfacía a la deidad”. Sobre la presencia de las llamas, cuenta que en los
mitos de Huarochirí se narra cómo estos animales tenían la capacidad de
predecir los diluvios. Incluso hasta hoy, en la sierra central y sur, se
sacrifica una llama adulta, a la que se le extrae el corazón para luego
quemarlo con el fin de propiciar las lluvias. “Nosotros pensamos —precisa el
arqueólogo— que aquí hubo un ritual inverso: si las llamas adultas favorecían
las lluvias, las jóvenes las aplacaban”.
Las
evidencias hacen suponer que ante un catastrófico fenómeno de El Niño, los
chimús se vieron obligados a cometer un acto tan cruel: entregar la sangre de
140 infantes a sus indolentes dioses.
Conversamos en
exclusiva con Gabriel Prieto sobre el sorprendente hallazgo de 140 niños
sacrificados.
JORGE PAREDES LAOS
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