Cuando
estaba en el colegio había cosas que no me cuadraban cuando nos explicaban “El
descubrimiento de América”. Lo primero era el argumento sobre Colon buscando
una nueva ruta para ir hacia la India, pues el canal de Suez estaba tomado por
los Turcos Otomanos. Cuestionaba, pues ya existiendo la brújula desde cinco
siglos antes, en teoría Colon circunnavegaría el borde europeo y asiático hasta
dar la vuelta y llegar a la India.
Es
decir, Colon debía ir hacia el nordeste, bordeando las costas, por ser ruta
virgen. Pero se vinieron cruzando un océano hostil, por ruta suroeste,
derechito hasta el caribe. Y tampoco siendo cierto que solo era Colon y los
presos de Puerto de Palos en tres carabelas, significa que experimentados
marinos no notaron que la brújula les indicaba que se iban al otro extremo de
su supuesto objetivo. Y eso, por suicida, es imposible.
Lo
cierto es que a lo que conocemos como América ya lo habían visitado navegantes
vikingos hacia el año 1000 y chinos hacia el 1300. Es más, Marco Polo, el
navegante italiano, tenia mapas sobre el estrecho de Bering, que une el Asia
con América del norte, dos siglos antes. Es decir información sobre este
continente existía. Pero en los siglos que antecedieron a la invasión Española,
Europa tenía problemas más grandes: estaba invadida por los Musulmanes casi 8
siglos. Eran otras las prioridades, cuando justamente en nuestras tierras, las
Culturas Inca, Azteca y Maya (solo por nombrar las más conocidas) y las que las
antecedieron iban alcanzando su máximo esplendor. Y llegaron justamente, y ahí
mi suspicacia sobre si manejaron información al respecto, cuando estas culturas
estaban en franca crisis, guerras civiles y decadencia.
Imposible
que Colon muriera sin saber a dónde llego o confundiendo a los naturales de
este territorio con los hermanos de la India. Nuestra gente, su fauna, flora,
idioma y formas de gobierno nada tenían que hacer con aquellos. Y ver su atraso
en materia de armas, en comparación con el viejo mundo que no paraba de
inventar nuevas fórmulas para exterminarse y expandir territorios, no tardo en
convencerlos que apropiarse de las riquezas de nuestros pueblos tenía que ser
brutal y genocida, pero era accesible a la larga.
Y
trabajaron en varios niveles, el primero era desconocer la humanidad de
nuestros ancestros: indios sin alma, es decir sub humanos, es decir condenables
a todas las humillaciones posibles, a la esclavitud y el exterminio. Una España
con la moral cristiana al tope por expulsar a los musulmanes de sus tierras,
vino con ánimos imperiales aquí y sostuvo que era una señal divina sus dominios
sobre nuestras tierras, sus habitantes y su porvenir. Y como en toda invasión,
hubo resistencia. Y esa le costó a través de los tres siglos y medio, al menos
100 millones de muertos, entre enfermedades propaladas adrede, combates y
trabajo inhumano.
Sobre
esto último, solo habría que recordar, que cuando pasaban los españoles por los
pueblos levando indios para llevarlos a los socavones, los familiares de estos
hacían ceremonias de difuntos, pues sabían que ya no volverían más, como
cuentan narradores de la época.
España
también aprovecho las divisiones. Como sucede hoy en otros lugares del mundo y
con otro imperio dominante, muchos de los que creyeron que aliándose a España
lograrían acabar con los abusos de incas, aztecas y mayas, para luego expulsar
a sus socios, terminaron acribillados por estos o absolutamente sometidos. Pero
si a los del sur nos fue mal con los españoles católicos, en el norte les fue
peor con los ingleses y protestantes. Si aquí nos diezmaron, allá los
exterminaron. Los cazaron como animales salvajes y, por ejemplo, como explican
las historias de vaqueros contra indios, los invasores preferían acabar con los
búfalos, alimento de las tribus rebeldes que huían, para acabar con ellos por
hambre.
De
lo que nos saquearon no se puede hacer un registro real. Era tanta la fiebre de
España por el oro que las embarcaciones se hundían en altamar porque llevaban
más peso del que podían. El resto de Europa no fue menos cruel, iniciaron la
era de los piratas para robarle a España lo que esta nos robaba aquí, con apoyo
de reinas y príncipes, tan creyentes como hipócritas.
Pero
la demostración de que esto nunca fue una empresa colonizadora en el menos malo
de los conceptos, es decir, que pudieran ir en armónico crecimiento poblacional
y asimilación de su cultura, de un mestizaje sin violencia, fue la trata de
esclavos venidos del África. Europa, católica y protestante, logro que se fuera
extinguiendo la mano de obra y no tuvo otro camino que traer en calidad de
esclavos a hermanos africanos. Hasta donde pude averiguar, al menos 7 millones
de africanos llegaron a este continente sin contar un porcentaje importante que
morían en el trayecto por las condiciones inhumanas en la que los trasportaban.
Inglaterra
termino sus días en estas tierras de mejor manera que España. Mientras los
anglosajones entendieron que debía ir muriendo la época esclavista y feudal,
para dar paso a la revolución industrial y la era capitalista, España se quedó
anclada en el tiempo. Tanto así que mantenían antiguos talleres y prohibían la
industria, moderna para esa época. Pero como necesitaban de ella quedaron
endeudados con holandeses, belgas, portugueses y otras naciones. Por eso ante
la decadencia española ocupo su lugar a finales del siglo XIX el Imperio
Ingles, con sus bancos sobre todas las economías de nuestra américa. Inglaterra
expulsada del norte, apoyo económicamente la gesta de la independencia del sur.
Ya no necesitaba colonias, en el estricto sentido de la palabra, la economía
mundial. Necesitaba semi colonias, independientes en teoría, quebradas
económicamente y dependientes de préstamos en realidad, a las que pudieran
manejar sin necesidad expresa que se arrodillen ante su majestad, su bandera y
sus símbolos. Y así ha sido hasta el día de hoy. Ya no juramos fidelidad al
rey, ni somos torturados por no ser creyentes. Pero nos bloquean
económicamente, es decir, nos condenan a una muerta lenta pero sin pausa, si no
decimos amen a los deseos del FMI y sus salmos neoliberales, que nos privatizan
por igual riquezas, derechos y servicios. Y esa blasfemia, esa herejía de
oponernos al evangelio según Wall Street puede costarnos una invasión militar.
Queda
por tarea hacer mucha memoria de lo que paso y comprender sobre todo la
necesidad de una segunda independencia, que llene a América Latina de soberanía
en la búsqueda de la sociedad sin clases sociales, amamantada por nuestra
costumbre ancestral del buen vivir.
Hasta
la Victoria Siempre.
Guillermo Bermejo
Rojas
Efectivamente la llamada conquista no fue tal. Fue una invasión, ventajosa, contaban con mejor tecnología bélica, etc
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