FILOSOFÍA INDÍGENA ANDINA
La
humanidad, desde tiempos remotos, siempre ha estado constituida por infinidad
de pueblos con diferentes culturas y lenguas, asimismo que con diferentes modos
de vida y de pensar. Las culturas humanas se desarrollaron en cada continente
en forma específica y tuvieron sus propias historias
y sus propias formas de
cambios al devenir. En Abya Yala, esto se conflagró con la irrupción de los
occidentales tratando de convencernos de que eran la única historia universal y
que su cultura y sus formas de desarrollo eran las únicas formas de ser
“civilizados” y “modernos”, ideas y sistema que nos impusieron en forma
compulsiva unas veces, o en forma sutil en otras. Sin embargo, dentro de estas
diferencias y la afrenta histórico-cultural de occidente, la filosofía indígena
andina permanece incólume y presenta, desde sus orígenes, la particularidad
constante de una observación del cosmos y de la naturaleza, con el consecuente
descubrimiento de sus fuerzas, energías y leyes. Por esta razón los indígenas
andinos somos cósmicos en nuestra actitud sagrada, y telúricos en nuestra
diaria convivencia con nuestra sagrada madre tierra.
Presentamos
algunos de los principios fundamentales que rigen a nuestra filosofía Indígena:
1.
“Somos el
microcosmos dentro del macrocosmos”.
Los
indígenas andinos, como personas o como pueblos y sociedades organizadas,
estamos integrados en el universo participando de sus mismas leyes,
movimientos, cambios y de su condición sagrada en toda su integridad. En
nuestra concepción somos, pues, infinidad de microcosmos organizados, inmersos
y pertenecientes al gran cosmos. En esta situación humanos y cosmos somos una
gran familia, veamos nuestro pensar al respecto: Wiraqucha, la energía cósmica
reguladora y organizadora de todo lo existente, es nuestro “padre/madre”
original. Consecuentemente, en el espacio celeste, el Inti (sol) es nuestro
“padre” y la Mama Killa (luna) es nuestra “madre” y todas las Quyllurkuna
(estrellas) son nuestros/as hermanos/as. Lo dice una canción entre nosotros:
“El sol es mi padre la luna es mi madre y las estrellitas son mis hermanitos”.
Y, aquí, en nuestro planeta, la Pacha Mama es nuestra sagrada Madre Tierra. Los
árboles y las plantas, así como los animales y todo ser viviente son también
nuestros parientes, ya sea como padres, madres o como hermanos/as. Dentro de
este gran concierto familiar no podríamos nosotros crear, por ejemplo, ciencia
y tecnología que dañe o atente contra la naturaleza, porque así, también
dañaríamos a todo ser viviente, incluidos nosotros mismos. Por eso, toda
nuestra relación con el cosmos y la sagrada madre naturaleza es siempre de
armonía, reciprocidad y convivencia. Y de este espíritu gozan todas nuestras
ciencias y tecnologías que muchos lo llaman ecológicas. Nuestra cultura
telúrica es reflejo de las leyes y de la condición del cosmos y, por ende,
nuestra práctica cultural es seguir, siempre, los caminos del universo.
2.
“La Unidad es la
pareja”.
Todos
los seres y elementos del cosmos, de la naturaleza y de nuestras sociedades y
culturas están conceptualizados y organizados, siempre, en una relación de
parejas complementarias. La unidad, en nuestro concepto, es una pareja de seres
o cosas diferentes en situación complementaria. Ni los seres o entes que a
primera vista podríamos catalogarlos como “individuales” se sustraen a este
principio. Wiraqucha, la energía universal, tiene en sí mismo, como ya hemos
dicho, una categoría dual de “Padre/Madre”, pues por ser nuestro ser sagrado
primigenio y principal no puede ser puramente masculino o puramente femenino,
sino participar de las dos cualidades de género para ser el ser sagrado
venerado por hombres y mujeres que conformamos la humanidad. El sol, nuestro
padre, es pareja complementaria con la luna, nuestra madre. El espacio
circundante a la tierra, el Hanaq Pacha (“el mundo de arriba”) es masculino y
son complementarios con la Kay Pacha (“el mundo de aquí”) o Pacha Mama (madre
tierra) que es femenino. Dentro de nuestras vidas sociales y nuestros ambientes
geográficos también todo está ordenado o simbolizado por parejas
complementarias: La Sallqa, o las alturas, es Urqu y Chiri, masculino y frío,
que se complementa con la Qichwa, o los valles, que son China y Quñi, femeninos
y calientes. Los barrios o parcialidades de nuestros pueblos son el Hanan, el
arriba, y el Urin, el abajo, complementados o unidos por el Chawpi, el centro,
donde generalmente están las plazas o las calles principales. Hasta las piedras
son machos, Urqu Rumi, y hembras, China Rumi, que según el hermano boliviano
Ramiro Reynaga los primeros sirven para los fogones y los hornos, porque no
revientan con el calor del fuego, y las segundas para ser talladas y modeladas,
porque sí revientan con el fuego.
Los
conceptos indígenas claves y que caracterizan este principio son el Yanantin:
“en pareja complementaria indispensable (para ser lo que se és, o, coexistir
para lo que se ha de hacer), en pareja amorosa o cariñosa”, y el Tinku
“encuentro, armonía, complementación”. Estos son pues conceptos filosóficos que
surgen de la vida cultural misma de los pueblos andinos, por ejemplo, el
matrimonio entre nuestros pueblos, donde no existen ni el patriarcado ni el
matriarcado, se llama indistintamente Yananchakuy, “hacerse de una pareja
amorosa y complementaria”, y Tinkunakuy, “hacer entre sí, entre sexos opuestos,
un encuentro complementario”. Ambos términos reflejan la unión de sexos
opuestos en igualdad de condiciones y en plena armonía, y que han de ser al
futuro la base social y la base familiar de la Comunidad.
3.
“La Unidad en la
pluralidad”:
Este
principio se complementa con otro que dice: “La igualdad en la diferencia”. En
la concepción indígena andina todos los seres y elementos del cosmos y de la
naturaleza son infinitamente plurales entendidos entre sí como
iguales/diferentes. Esta misma relación cósmica se refleja en las estructuras
de nuestras sociedades y culturas. Ejemplos: Al entenderse biológicamente que
existen razas en una situación de iguales/diferentes, pues, desechamos el
racismo, que es mas bien un concepto y un sistema creado por occidente para
oprimir discriminando. Las lenguas del mundo, tan múltiples y variadas, no se
conciben entre nosotros como “lenguas superiores” ni “lenguas inferiores”, sólo
diferentes. Nuestras sociedades y pueblos en el pasado, tan plurales como hoy,
al acceder a la formación de un estado mayor (en lo que llamamos hoy
“sudamérica”), confluyeron a la forma confederada, como fueron nuestros
estados/naciones del Pusisuyu y del Tawantinsuyu, “La unión de las cuatro
regiones del mundo”, que en su espíritu y alma fueron estados plurinacionales,
pluriculturales y multilingues, con carácter de sociedades mayores
colectivistas y comunitarias.
4.
“Colectivismo y Comunitarismo”:
Lo
colectivo, en principio, se observa en la naturaleza. Todos los elementos del
cosmos están ordenados en una gran organización colectiva, donde cada cosa
tiene su lugar, aunque mancomunados entrelazando energías y fuerzas para dar al
universo una organización equilibrada y armónica. Aquí, en la tierra,
observamos a todas las cosas y a todos los seres en una situación colectiva,
donde las plantas y los animales, según sus especies, forman conglomerados y
moran en territorios específicos adecuados como su medio ambiente. Estas
colectividades del cosmos y de la naturaleza han inspirado o enseñado a los
pueblos indios para confluir a la organización social en comunidades (Ayllukuna
en los mundos: Quechua y Aymara) y practicar el comunitarismo en sus formas de
vida y, así, vivir organizados como una continuación del mismo cosmos y de la
madre tierra.
Como
parte final de esta breve presentación diremos: La filosofía indígena no es
resultado de las elucubraciones de un pensador solitario y aislado, como suele
suceder dentro del desarrollo de la filosofía occidental. La filosofía indígena
y sus principios se encuentran en la vida misma de los pueblos indios, o se
descubren con una observación constante de la marcha del cosmos, donde se
conocen sus leyes para convertirlos en nuestros guías en la organización
colectiva y comunitaria de nuestras vidas.
Autor:
Salvador
Palomino Flores
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