NARCOTRÁFICO EN EL
PERÚ, ¿CÓMO VAMOS?
El
2011 fuimos a la PCM con la delegación cocalera y nos recibió Salomón Lerner,
entonces Premier y ante la inminente huelga por la política de
erradicación
violenta al pequeño agricultor, nuestra propuesta fue que los helicópteros
fueran a las zonas donde realmente estaban los narcotraficantes. Agarramos un
mapa y le mostramos donde. La respuesta de Lerner fue: nosotros no manejamos
los helicópteros ni la política contra el narcotráfico, eso depende de la
embajada norteamericana. Pues bien, 7 años después así están las cosas en el
Perú:
El
aumento en la producción de cocaína sigue imparable. De 410 toneladas en 2016
pasamos a 491 toneladas en 2017. Es decir, crecimos 25%. Las hectáreas de hoja
de coca pasaron de 44 mil en 2016 a 49, 500 en 2017 a pesar que se destruyeron
22,429 hectáreas.
Se
desarticularon 79 organizaciones criminales por tráfico ilícito de drogas y 10
bandas por tráfico de insumos químicos. Lo llamativo de este informe es que por
lavados de activos el resultado es cero. A pesar que el hilo de la madeja, se
sabe con certeza desde el 2016, están en los bancos que “limpiaron” 2,200
millones de dólares de negocios ilícitos donde el narcotráfico es el más
importante. Y también en las cooperativas que aparecen, desaparecen y
reaparecen con otros nombres a vista, paciencia y complicidad del gobierno.
Elmer Cuba, miembro del directorio del BCR, es más duro aun: son 6 mil millones
de dólares de lavado por año, asegura.
En
cuanto al decomiso de drogas la situación es más que penosa: solo se incautó el
17 toneladas y media de cocaína que resulta ser el 3,6% de la producción total.
Y aunque el decomiso de marihuana y PBC es igual de insuficiente, ante el
aumento constante de consumidores, sobre todo escolares, es dramático que
drogas como el éxtasis, heroína y opio no tengan registro alguno de decomiso.
Juntas representan a 300 mil peruanos que ya la consumen o al menos la probaron
alguna vez.
A
nuestra vecina Colombia no le va mejor: de 772 toneladas pasaron a 921 toneladas
de cocaína. Desde que se desarmo la guerrilla de las FARC, Colombia triplico su
producción de cocaína, tirando por la borda la propaganda de la Casa Blanca que
bajo el título de “narco guerrilla” quería sintetizar el flagelo del
narcotráfico en el país hermano. Situación similar vive el Perú: si bien es
cierto que la mitad de la producción de cocaína proviene del VRAEM, donde están
los rezagos de Sendero Luminoso, los mismos que reconocen cobrar cupos, la
cocaína de dicho lugar sale por avionetas que llegan diariamente en número de
12 por lo menos.
Y
las pistas están ahí para el que las quiera mirar. Las mismas que solo son
“bombardeadas” cuando llegan las épocas de lluvia y ya no son útiles por el
clima o se produce menos cocaína que saldrá por carretera. Una zona que tiene
decenas de bases militares y contrasubversivas, que goza de helicópteros
artillados y hasta de ayuda satelital, permite que pasen a diario cargamentos
cada vez mayores de cocaína. Y es más grave porque a diferencia de Colombia o
México que tienen carteles que se disputan a sangre y fuego rutas y mercados,
aquí no existe ni en miniatura un Chapo Guzmán o un Pablo Escobar. Y si en el
VRAEM resultaría ridículo culpar solamente a un puñado de fanatizados que se
resisten a entender que su gesta no va para ningún lado, ¿qué explicación damos
sobre la otra mitad de cocaína que sale en lugares donde no hay grupos
subversivos, pero si militares, policías incluidos sus pares norteamericanos?
Esas
toneladas de cocaína no pueden salir sin apoyo estatal. No están luchando
contra el narcotráfico sino por controlar su producción y mercados. Mientras
Colombia viste de blanco las narices norteamericanas, nosotros lo hacemos con
las europeas. Y el negocio va viento en popa: 1,9 millones de estadounidenses
son adictos a la cocaína, 400 mil más que hace un año. 40 millones lo han
probado al menos una vez. 2,3 millones de europeos andan igual y 23 millones ya
lo probaron por primera vez.
Y
siendo EEUU y la UE los principales mercados y los que se quedan con más del
90% de las ganancias del narcotráfico, y a pesar que Naciones Unidas señalan
que la estrategia mundial contra el narcotráfico ha fracasado desde el 2014,
son ellos los que ponen las condiciones de cómo se debe combatir este negocio
ilícito. Es decir, golpear al campesino, destruir los campos del pequeño
productor de hoja de coca y de esta manera fortalecer a los grandes
narcotraficantes que deforestan la selva y forman gigantes feudos en pleno
siglo 21, con la absoluta complicidad del estado.
Para
combatir al narcotráfico se necesita tener una política soberana, un proyecto
agrario nacional con el concurso de los agricultores y de una limpieza total de
las instituciones involucradas en esta lucha. Seguir por donde estamos solo nos
hará brillar el título de narco-estado que algunos aun no quieren aceptar.
GUILLERMO BERMEJO
ROJAS
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