LOS LUNES LITERARIOS, PRESENTAMOS UN INFORME DE LUIS MANUEL LÒPEZ FARFÀN
LOS LUNES CON LUCHO
NICOMEDES SANTA CRUZ: ¡AQUÍ ESTÁ LA MARINERA!
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LUIS MANUEL LÒPEZ FARFÀN |
Cae a pelo este acerto: "Recordar es volver a vivir". Al retrotraerme en la busca de episodios yacentes en la zona límbica de mi cerebro (la almacenadora), no sé a cuál de ellos coger de la mano y traerlo al presente. Va uno de ellos.
Me estoy viendo por la década de los ochenta buscando mi pane lucrando (sustento) como publicista independiente y como ocasional encuestador para "Indices U", empresa dedicada exclusivamente a medir los consumos preferentes en los hogares, incluyendo radio y televisión.
Uno de mis buenos clientes era la "Fábrica de Escobas y Escobillas"; el gerente, hombre joven y emprendedor, quería inundar con sus barrederas a todo el país. "Es necesario publicar avisos en aquellos diarios que tienen cobertura nacional", me decía palmeándome la espalda, "a ver que genialidad creas, Lucho, piénsalo, impresióname". Acicateado por la futura buena comisión, atisbé la posibilidad de buscar apoyo en alguna agencia de publicidad, descartándola luego por lo gravoso. En esos días le daba vueltas a mil ideas creativas posibles, sin éxito.
De pronto, me llaman de la encuestadora para que trabaje. Al día siguiente ya estaba, muy temprano, tocando puertas por Miraflores. Bordeando una cuadra me topé con una acogedora quinta flanqueada, en su interior, por coloridas macetas y hasta un pequeño jardincito escondido, ornadas con flores aromáticas de Lavandas.
Presiono el timbre de la primera casa; estaba bien pertrechado con el cuadernillo de preguntas y lapicero y tabla de apoyo en ristre, sentí cómo el pistillo de seguridad interior crujía. La puerta apenas se entreabrió.
¿Qué desea?
Sin observar la fisonomía del preguntante le lancé mi monótona monserga "...y de radio y televisión ".
Ahora sí, esa fueron las palabras justas.
Como si hubiera dicho ¡Ábrete Sésamo!, la puerta se abrió del todo. Un color bruno en su majestuoso rostro, potentes lentes, estruendoso bigote, esos sus "cabellicos se los estaba llevando uno a uno el aire", fortachón, buzo azul, bividi blanco, coloridas sandalias y con las dos manos sujetando un hipotético capote me efectuaba un cadencioso lance de verónica, pa - pa - pase, usted.
Era Nicomedes Santa Cruz.
Estoy solo, mi señora ha salido. Diga.
Su voz, muchos la recordarán, semejaba a la de un barítono: fuerte, tronante. Le formulé la retahila de consultas que resolvía presto y yo anotaba.
Al hurgar sobre su preferencias en radio: "América", por supuesto, contestó, luciendo impecable dentadura al sonreír.
Conocía que dirigía y animaba un programa por el mediodía en esa emisora, "América canta", así se llamaba, con buena audiencia. Para hacerme grato le hice la confidencia. Se alegró. "La sintonía asegura nuestro pan", comentó. El cuadernillo de consultas llegó a su fin.
Desde que ingresé a su casa mi cerebro se bamboleaba. No decidía si plantearle algunas preguntas personales. Dudaba. Me armé de valor y me aventé:
Señor Santa Cruz, hace una punta de años asistí a la presentación del libro, "Pobre gente de París", de Sebastián Salazar Bondy, que en paz descanse; la obra es un grupo de cuentos que narran los desencantos y pesares de parisienses; enfatizó mucho sobre la desgracia del panadero francés en su cuentario...
Nicomedes, muy silencioso, tenia fija su mirada en mí, no perdía palabra.
...al terminar su presentación, Sebastián invitó a los presentes a formular preguntas. Y de pronto escucho una voz, perdón, un vozarrón, que dice:
"Intuyo que el señor poeta se conduele por la desgracia de los panaderos franceses, porque desconoce la desgracia de los panaderos peruanos". Una atronadora salva de aplausos remeció el local. Sebastián, muy a lo torero, capeo el temporal.
Nicomedes, sentado enfrente de mí, se irguió cuán alto era.
¿Usted estuvo allí? ¿Cómo recuerda mis palabras? ¡Tantísimos años! Sebastián era mi gran amigo, mi hermano y lo admiraba. Me ayudó mucho con sus artículos y hasta intercedió para que aceptaran mis colaboraciones en el diario para el que trabajaba. Usted sabe, porque estuvo allí, que finalizada la presentación nos dimos el gran abrazo.
No olvido esa ocasión, acentué, pues su primera palabra "intuyo" me engolosinó. Yo la desconocía.
Nicomedes fue un desborde.
Ni corto ni perezoso le hablé de sus conocidísimas décimas de pie forzado, de su Cumanana, de su salero para bailar la marinera haciendo arabescos con el pañuelo, de su poema "Talara, no digas yes", que tantos problemas le trajo. Ya en vena, hasta me atreví a decirle: Guitarra llama a cajón. Respondió: Cajón a la voz primera. Yo: Escuchen con atención. Él moviendo los brazos con imaginario pañuelo: ¡Aquí está la marinera¡
Su sonrisa era inacabable, contagiante, sus ojos bailoteaban.
"Yo he sido hasta hace poco de oficio herrero, estas manos --y las movía y miraba-- han transformado el fierro, fue mi madre quien me dijo que aprendiera el oficio. Ahora lo he dejado para dedicarme a otro tipo de arte".
No la tengo clara en qué momento se me ocurrió hablarle sobre el aviso publicitario de la escoba. Al hacerlo, se mostró extrañado.
¿Un poema promocionando una escoba? ¡Qué tal reto! Le aseguro que como Violante, nunca me he visto en tal aprieto. (Citaba a Lope de Vega, en: "Un soneto me manda hacer Violante"). Su tono y su decir eran placenteros.
La idea y los estipendios por venir lo entusiasmaron. Intercambiamos teléfonos. Tratos van, tratos vienen, llegamos a un acuerdo. Le hablé al empresario. Se emocionó. Nicomedes me citó para un miércoles. Al llegar ese día y estar con él, se dio un palmazo en la frente.
¡Carambola! Lo olvidé.
Su sala de recibo era pequeña, destacaba un escritorio saturado de papeles.
Siéntese, ahí tiene los periódicos de hoy. En este momento lo hago.
Lo veía de perfil. Yo aparentaba leer pero mis ojos tenían una sola dirección. Sus toscas manos, curtidas por el trabajo con el martillo, soplete, soldadura y el fierro, se desplazaban sobre el papel a la manera de un consumado pianista: musitaba o cantaba palabras, muy quedito. No tenía ningún auxilio de consulta.
"Trabajo con mis manos y con mi cerebro", apostilló en algúna ocasión.
No hay estado más bello para este novel gustador de las letras, que haber observado, de reojo, a este escritor, decimista, declamador, bailarín, en el instante culmen de una creación poética; me sentía como si fuera un fotógrafo que caza el preciso momento de una bella toma.
Viéndolo en su esplendorosa concentración, evoqué el libro que Vargas Vila le dedicó a Rubén Darío. Cuenta, entre otras ricas anécdotas, las peripecias que debió pasar con el fin de obtener un poema que el poeta se comprometió a escribir. Tuvo que ir hasta su casa, lo sentó y le dijo: ¡Hazlo!. Después de dos horas de estar trazando líneas en estado casi sonambúlico, Darío lee su "Salutación del Optimista" (búsquenlo): "Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, luminosas almas ¡salve! ...". El megalómano, anticlerical, libre pensador y novelista colombiano y quienes lo acompañaban, se enternecieron hasta el llanto al terminar la lectura. Vargas Vila, dice: "Se había escrito el más bello poema de las letras castellanas y de todas las letras existentes. Y lo había creado delante de nosotros".
A ver si le gusta esto, me dice Nicomedes, sacándome de mi abstracción.
Yo era el lleva y trae sin capacidad de decisión. Al leer la composición me sucedió algo así como un estremecimiento. Por teléfono le declamé al empresario el texto. ¡Fenomenal!, exclamó.
Sebastián Salazar Bondy nos dejó cumplidos los cuarenta y uno de edad. Estaba redactando una crónica en su escritorio de la revista Oiga. Paco Igartua, el director, cuenta que cayó fulminado por un infarto, en los instantes que terminaba esta frase: "Que lindo sería la vida si tuviera música de fondo...
Nicomedes nos dijo adiós, bordeando los sesenta y seis años de edad, en Madrid. La última frase del querido amigo Sebastián , seguro que la compartiría plenamente y hubiera agregado... pero de una marinera.
Esta trova, como él la llamó, no se encuentra en sus obras completas. Se publicó como aviso en el diario "El Comercio". Se las alcanzo
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