¡ADIÓS MAMITA, ADIÓS!
En medio de la polvareda, aquéllas niñas despedían a su madre.
El polvo de ése humilde Barrio del Estado de México era testigo de la despedida triste de aquélla madre y sus hijas.
Las humildes niñas, abrazando sus rotas y sucias muñecas y limpiándose sus tristes lágrimas, volvieron a su humilde cuarto rentado. Un foco alumbraba su niñez, una loza de cemento frío guarecía sus sueños, a través de una televisión blanco y negro veían el mundo exterior.
- ¡Pinches chamacas! ¡Díganle a su madre que ya me debe tres meses de renta!
Gritaba una altisonante voz tras su puerta de madera.
Asustadas, lloraban abrazadas... al igual que sus estómagos. Tres huevos y un bolillo era la comida para todo el día...y medio litro de agua.
- ¡Vente carnalita, vamos a comer!
Hijas de una relación destruida por el alcohol y el desmadre, su madre fue rechazada por su familia. Trabajaba en una fábrica de lunes a viernes de seis a seis, dejando a las niñas al amparo de la soledad. El mísero salario no alcanzaba para solventar la carestía de vivir, sábados y domingos trabajaba lavando ropa y quehaceres domésticos en distintas casas del Defectuoso.
El Padre de ellas era un hijo de puta abusador y desobligado.
Un día de Abril, una de las niñas salió corriendo de ése cuarto rentado gritando y pidiendo clemencia... sangre emanando de su fosa nasal, sangre escurriendo por sus piernitas despertaron la furia del Barrio.
Después de una buena paliza del Barrio a ése culero, le echaron medio siglo en prisión (chido!).
La vida continúo. La pobreza también.
Uno de esos días chidos que todos tenemos, uno de esos días cuando a veces la felicidad sonríe, su madre juntó un poco de feria y les dio sus Reyes: una muñeca de trapo y un vestido a cada una.
¡Qué felices fueron! No importaba nada. Nada importaba. Presumían sus vestidos nuevecitos y limpios y sus muñecas...felices iban de la mano de su madre.
No importaba no tener pa' comer... ¡Su madre las amaba!
La pobreza y el hambre no importaba, la soledad era un sacrificio para solventar la pesadez de la vida, de su historia infantil. Ellas lo aceptaban tristes, pero sabían que en punto de las ocho de la noche su madre llegaría con un pan de dulce y leche... y si no, no importaba, ella llegaría y las abrazaría, las amaría y sonreirían felices las tres.
¡Vente carnalita vamos a comer!
Comiendo sus tres huevos con sal, un bolillo de antier y mirando sus sueños por televisión... escucharon un golpe seco en su humilde morada.
- ¡Abran pinches escuinclas!
- ¡Òrita' van a ver lo que les espera!
Un hijo de puta, un vicioso y ojete del Barrio sabedor de la nula seguridad de aquéllas inocentes, irrumpió su inocencia.
El puto borracho y drogadicto tiró la puerta y se abalanzó sobre la más pequeña.
La mayor, sabedora de lo que les esperaba alcanzó el encendedor de su precaria cocina, abriendo las llaves de la estufa prendió la chispa de aquel encendedor.
- ¡Extra! ¡Extra!
- ¡Niñas mueren calcinadas en su casa!
- ¡Extra! ¡Extra!
Su madre, volviendo a ése Barrio polvoriento y asfáltico, corriendo, se desplomó.
Tres panes de dulce y un litro de leche cayeron en ésa polvorienta calle del Barrio.
Alcanzó a mirar humo blanco saliendo de aquél cuarto rentado de tabiques grises, ahora carbonizados de negro, negro como la maldita pobreza, blanco como la inocencia de aquéllas inocentes niñas.
- Adiós...
®Rock and Rul (2020) Aveangel leer para soñar
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