DE “JEROMÍN” A JUAN DE AUSTRIA: EL ÚLTIMO HIJO SECRETO DEL EMPERADOR.

DE “JEROMÍN” A JUAN DE AUSTRIA: EL ÚLTIMO HIJO SECRETO DEL EMPERADOR.
Javier Torres Velado.
En su último testamento, ejecutado el 6 de junio de 1554, Carlos I “el Emperador” no dedicó ni una gota de tinta a mencionar a “Jeromín” en sus 45 hojas; en cambio, redactó ese mismo día una cláusula anexa con instrucciones de que su legítimo hijo y heredero, Felipe II, la leyera a su muerte explicando sus planes para con su hijo natural: quería que “Jeromín” se convirtiera en fraile, solo en caso de negarse, se le ofrecerían unas rentas de 30.000 ducados, es decir, un condado o un ducado en el Reino de Nápoles. El resto quedaba en manos de Felipe, que tuvo noticias de la existencia de su hermanastro por primera vez en este documento. El texto se mostraba extremadamente escueto en lo referido a las circunstancias o naturaleza de su gestación. Ni siquiera precisaba si se trataba de un hijo o un nieto. Era evidente que el asunto seguía avergonzando a Carlos I, cuya figura se vislumbraba como un héroe mítico a ojos de Felipe. No queriendo decepcionar a su hijo, Carlos I reveló la noticia sin entrar en detalles privados: había concebido un hijo en Alemania «después que enviudé» con una mujer soltera. Punto y final.
Bárbara Blomberg, de 19 años, era una exuberante belleza alemana, con voz de sirena, que Carlos I conoció en 1546, es decir, cuando contaba con 46 años, al acudir a la Dieta Imperial en Ratisbona. En febrero de 1547, esta alemana procedente de una familia burguesa parió a un hijo varón del Emperador en Regensburg. El niño fue bautizado como "Jerónimo" o "Jeromín" debido a que la madre se casó al poco tiempo con Jerónimo Píramo, que sería nombrado tutor del bastardo a quien daría su nombre y encubriría los amores de Carlos l. A cambio, obtendría el cargo de Comisario del Ejército del Emperador en la corte de María de Hungría en Bruselas, donde viviría Bárbara desde 1551. Era, en consecuencia, una forma de guardar las apariencias. Pero la situación cambió cuando la crianza y educación del niño cayó en manos del violinista flamenco Frans Massi, que estaba casado con la española Ana de Medina. El Emperador quería así que se trasladara al muchacho a España. Durante dos años, Massi y su mujer se comprometieron a cuidar en Leganés de “Jeromín”, el supuesto bastardo de un cortesano, a cambio de cincuenta ducados anuales. “Jeromín” se crio como cualquier hijo de vecino, entre juegos infantiles y el aire salvaje de aquellos niños que pasan demasiadas horas en el campo. En el verano de 1554, Don Luis de Quijada, mayordomo y consejero de Carlos I, consideró que la educación del hijo del Rey no cumplía con las condiciones firmadas –entre otras cosas, Massi había ya fallecido– y trasladó al niño al castillo de Villagarcía de Campos (Valladolid). Su esposa, Doña Magdalena de Ulloa, se hizo cargo de su educación. Quijada había acompañado desde su cargo de mayordomo a Carlos en su aventura por Europa y era uno de los pocos hombres que conocía la auténtica naturaleza de “Jeromín”, en tanto, le fue ordenado que guardara el secreto bajo cualquier circunstancia, incluso de cara a su mujer. Carlos quiso conocer al niño en su retiro de Yuste, cuando contaba 11 años de edad, en 1558. Cualquier descripción del encuentro es más novelada que real. Se sabe que acudió junto a Don Luis de Quijada y Doña Magdalena de Ulloa, y que lo hizo creyendo que el motivo era que el Emperador se reencontrara con su viejo amigo.
Poco después de conocer la noticia, Felipe II designó a su hermanastro caballero de la Orden del Toisón de Oro en una asamblea celebrada en julio de 1559, si bien ocultó su identidad por el momento. Felipe mantuvo el secreto sobre su hermano todavía durante un año más. Cuando Juana de Austria, por entonces regente de Castilla, preguntó sobre el origen de aquel misterioso niño que había frecuentado Yuste, Quijada mintió sin reparos: «No hay motivos para creer que es hijo de Su Majestad». Finalmente, el 12 de octubre de 1559 se puso punto y final al misterio. El Rey convocó en su Palacio de Valladolid a Don Luis de Quijada y al joven de 12 años, donde entregó durante una cacería por los vallisoletanos montes Torozos a su hermanastro la insignia de la orden; le concedió una casa propia, a cuyo frente puso a Quijada; y, en un gesto inusitado para quienes trataban a diario con la sequedad del Rey, le abrazó, le besó y le dijo quién era su padre. Una desconcertada Juana también se sumó a las muestras de cariño, al igual que el único hijo del Rey, Don Carlos. El Monarca dispuso que Don Juan residiera en la corte junto a los nietos del Emperador, Don Carlos y Alejandro Farnesio, que compartían casi su misma edad. El niño asilvestrado de Leganés se había transformado en pocos años en un miembro de facto de la Familia Real, sin derechos dinásticos, pero con el aprecio y reconocimiento de su hermano. En este bautizo familiar, Felipe ordenó el cambio de nombre de “Jeromín” a Don Juan, que era típico de la dinastía Trastámara, en recuerdo a un hermano suyo fallecido siendo un niño. Eso sin olvidar que sonaba más varonil. Quizá ya le imaginaba potencial militar y, desde luego, si algo le sobraba al Rey eran guerras. Con los años Don Juan de Austria se convirtió en un fiel reflejo de lo que había sido su padre y de lo que nunca pudo ser Felipe II: un hábil jinete, un rápido espadachín, un hombre desbordante de ánimo y un amante de la guerra. Tras sofocar la Rebelión de las Alpujarras–donde su tutor Luis de Quijada sacrificó su vida para salvarle durante una emboscada de los moriscos–, don Juan de Austria se postuló para encabezar la coalición cristiana que pretendía hacer frente a la temida flota otomana. Felipe II no puso impedimentos a que su hermano alzara el estandarte de la Santa Liga, pero la decisión corrió directamente a cargo del Papa Pío V que tenía al joven general por un designado de Dios. Don Juan de Austria tuvo un ejercicio perfecto en la batalla de Lepanto. Empleó su afable carácter para mantener en calma las tensas relaciones con Venecia y supo compensar su poca experiencia –solo tenía 24 años– dando voz a consejeros más curtidos en la mar como el irrepetible Álvaro de Bazán que con sus acciones en la retaguardia solapó las brechas.
Alzado como héroe en toda la Cristiandad, el joven general fue elegido gobernador de los Países Bajos españoles en 1576 por Felipe II, para que encauzara su revuelta situación. Ese mismo año tuvo lugar la única conversación entre su madre, Bárbara Blomberg, y su hijo en la que ella aceptó, no sin desagrado, viajar a España con el fin de no complicar la situación política de su hijo, que tomaría posesión en 1577 del cargo de gobernador de los Países Bajos, siendo obligada a ingresar en un convento de monjas. En marzo de 1577 desembarcó en el puerto de la villa cántabra de Laredo, allí la esperaba Magdalena de Ulloa, viuda de Luis Méndez Quijada, con quien había sido criado y educado su hijo. Diversas actas y documentos históricos de la época registraron la visita de Bárbara Blomberg a distintos lugares y pueblos de Trasmiera, donde asistió a diversas fiestas que se celebraban en la Merindad. De allí partiría para ingresar en el convento castellano de Santa María la Real de San Cebrián de Mazote (Valladolid). Resultándola allí la vida monacal muy ingrata, sobre todo para una mujer de carácter libertino, de forma de vivir escandalosa y despilfarradora, pidió trasladarse a la villa cántabra de Colindres y posteriormente a Ambrosero, donde fallecería en 1597. Fue enterrada en la iglesia de San Sebastián mártir del Monasterio de Montehano, en Escalante (Cantabria), donde actualmente una lápida nos recuerda su sepultura. Por su parte, su hijo, don Juan de Austria fallecería el 1 de octubre de 1578 en la ciudad belga de Namur, víctima del desangrado provocado por una hemorroide mal operada que dio el golpe final a un cuerpo castigado desde hacía meses por el tifus. Su espíritu estaba profundamente dolido por la falta de confianza que le había transmitido su hermanastro Felipe II, víctima de la perniciosa manipulación a la que le estaba sometiendo su Secretario, Antonio Pérez. El cadáver de Don Juan de Austria fue trasladado a España, después de ser seccionado en tres partes para evitar que pudiera caer en manos enemigas y posteriormente unido de nuevo. Según las fuentes, el estado de sus restos tras el viaje era bastante calamitoso, faltándole la punta de la nariz y otras partes. Y como queriendo redimirse del injusto trato que le dio en sus últimos años de vida, Felipe II situó su escultura en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Un obsequio para un hombre que no dejó nada en su testamento, «porque nada poseía en el mundo que no fuese de su hermano y señor el Rey».
*En la imagen: “Don Juan de Austria a los 14 años”. Alonso Sánchez Coello, 1560. Museo Soumaya. Méjico.
Silvia Virginia Vives
Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, España
Juan de Austria/Lugar de sepelio
Los vencedores de Lepanto: desde la izquierda, don Juan de Austria, Marco Antonio Colonna y Sebastiano Venier. Don Juan fue enterrado en Namur y, a los dos días de la muerte, se le trasladó al panteón de San Lorenzo de El Escorial de marzo a mayo de 1579, conforme al deseo del militar y por orden del Rey.
En 1569, Bárbara quedaba viuda y al cargo de su hijo Conrado, nacido de su unión con Píramo Kegel. Su vida desde entonces fue de una libertad llamativa para la época. Los escándalos llegaron a oído del Duque de Alba quien exigió a Jeromín, ya entonces Gobernador de los Países Bajos, que pidiera a su madre más recato en su vida
Don Juan de Austria engañó a su madre para enviarla a España. Desembarcó en Laredo en 1577 y de ahí se trasladó a Valladolid donde fue encerrada en un convento, el de Santa María la Real. Fue enclaustrada en dicho lugar contra su voluntad. Sin embargo, un año después fallecía Jeromín y Bárbara retomó su libertad.
Se instaló en la localidad de Ambrosero junto a su hijo pequeño Conrado. Viviría feliz pero alejada de la vida política y de la corte española durante casi dos décadas. Según algunos autores, vivió un romance de con Juan de Escobedo que había sido el secretario de Jeromín, pero la documentación existente no prueba que existiera tal vínculo entre ambos.
Bárbara moría el 18 de diciembre de 1597, prácticamente olvidada del mundo y casi nadie recordaba que fue la última pasión de Carlos V y madre de Don Juan de Austria, uno de los políticos más influyentes de su época. Sus restos mortales fueron enterrados en el Monasterio de Montehano.

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