TESTIMONIO
- SOLO HAY QUE SABER PEDIR
La noche, estuvo deslumbrante, la comida abundaba. Los tragos ni que decir, vino, pisco, cerveza, cocteles, todo a gusto de la concurrencia. A golpe de las 10 de la noche un conjunto de música variada, se hizo presente. Todo era algarabía, todo era felicidad. La gente gritaba que la fiesta debía durar para siempre. Poco a poco la concurrencia se quedó dormida, cansada. Otros optaron por retirarse a sus respectivos hogares.
De una de las habitaciones, salió el dueño de casa. traía a duras penas dos cajas llenas de cerveza. La gente, pareció revivir. Ya no estaba el conjunto musical pero el equipo de sonido, lo reemplazaba muy bien
Ya cerca de las 7 y 30 de la mañana, el dueño de casa, gritó
- Me voy a dejar a mi amigo, Isaac a su casa, un voluntario para que me acompañe.
Uno de lo presente tambaleándose, se acercó y dijo.
- Presente
- Muy bien mi hermano, subamos a mi carro. Espera un momento
Retornó a la casa y se apareció con dos cajas de cerveza, a duras penas subió el licor, a la maletera del Volkswagen, que se encontraba delante. Abrió la puerta, del vehículo, me hizo subir para que lo acompañara en el viaje. Me acomodó en el asiento. Invitó a Isaac. Encendió en motor, de su automóvil y de pronto ya estábamos, camino a Villa El salvador Conocedor de la ruta, no se demoró mucho. Llegamos a la casa de Isaac, el amigo estaba contento. Ingresó a su casa, se demoró un poco y al poco rato salió traía un tazón con dos latas de atún, en una mano y en la otra una fuente con galletas.
Como estábamos apurados comimos de prisa el atún, con cebolla, limón y ají; las galletas igual fueron desapareciendo de una en una.
Cerca de las 11 de la mañana. Tomás dice
- Bueno, ya me voy.
Yo, estaba al tanto. De pronto el automóvil del Guillermo no quería encender el motor. Así es que sugirió que lo ayudáramos. Entre mi amigo y yo empezamos a empujar el auto. De pronto llegamos a la pista principal y de ahí seguía el camino. Pero el motor del auto no quería arrancar. Nuevamente empujamos y luego de un largo trecho el vehículo encendió su motor y echó a rodar. Yo estaba con los efectos del alcohol cuando me di cuenta que mi amigo Guillermo me dejaba. Entonces corrí, alcancé el vehículo, como pude me cogí de algunas ranuras donde estaba el motor. Mientas tanto llamaba a mi amigo. pero como él estaba mareado. Entusiasmado continuó con su camino. Hasta me pareció, que imprimía velocidad.
De pronto, apareció un rompe-muelles el frágil auto, se elevó. Como quiera que yo no estaba bien sujeto, volé por los aires y caí de espaldas a la pista. Mi amigo Isaac, corrió y me ayudó a levantarme. Tenía una gran herida en la base del cráneo. La sangre me manaba en forma abundante. Mi amigo con su Volkswagen ya se habían perdido en la distancia.
Mi amigo, Isaac, detuvo un taxi y pagó por adelantado, para que me llevara al Hospital María Auxiliadora de San Juan de Miraflores. Ingresé. solo y me atendió una médica. Me dijo que no me podía atender. Porque tenía Seguro. Pero que, podía hacer una excepción y me atendía pero no tenía anestesia. Le rogué que solucionara mi problema, porque me dolía horriblemente la cabeza. Efectivamente, fue una cocida de lo más natural y dura posible. Grite a más no poder. El dolor de la cocida, en la parte del cuerpo cabelludo estaban sensibles, pero tuve que soportar. Y es que le había pedido a la cirujana que siguiera, que no le importara que gritara.
Adolorido, me senté en una banca y ahí empezaba un nuevo viacrucis. Encontrar el taxi que me trajera hasta mi casa, Callao. Nadie quería llevarme en ese estado, la camisa blanca, roja de sangre y tierra. De tanto rugo, un taxista me llevó hasta la casa de mi amigo Guillermo. Llegamos, salió su cuñado me dijo que fuera al hospital. Le dije que no tenía para pagar el taxi. De su bolsillo, extrajo como cincuenta soles y le dijo al chofer que me llevara a mi casa.
Llegué a mi casa como a la 3 de la tarde. No se encontraba mi esposa, habían salido con mi hija. Como pude abrí la puerta y me tumbé en la cama. Dormí por un buen rato. A eso de las 7 de la noche, mi esposa me despierta y me dice
- Oye vamos al Hospital.
Le respondí que no hacia falta que dormiría y al día siguiente me daría un baño y me iba a trabajar. Ella insistió, es que la almohada tenía una gran mancha de sangre.
A regañadientes, fuimos al hospital. Ni bien me miró el médico internista me dijo
- Tú, te quedas.
- Dr. deme algo para el dolor de cabeza, me voy a mi casa, mañana tengo que trabajar.
- No, tú te quedas. Estás a un paso de que te de una conmoción cerebral y te mueres.
Mi esposa de manera enérgica me dijo
- Has, caso al Dr.
Efectivamente me desnudaron, me pusieron una bata y el médico me comenzó a auscultar. Me preguntó si me dolía la cabeza. Le dije que si. Alguna molestia más. Me envió a sacar unas radiografías al cerebro. Mi esposa con mi hija ya se había retirado a la casa ería cerca de la 11 de la noche.
Esa noche no pude dormir. Me dolía horriblemente, la cabeza. Me pusieron varias inyecciones para el dolor. Pero, el dolor, no cedía por nada. Así estuve tres días. Apenas probaba un bocado y dejaba la comida. El dolor era excesivo. Estaba concentrándome en que me bajara el dolor. Cuando en eso levanto la mirada y al frente veo un Cristo crucificado. Lo miré fijamente y le dije
Bueno, este dolor de cabeza me atormenta, tres días. Pero, en qué medida se puede comparar en el sufrimiento que tú haz padecido. No te pido que me quites este dolor que me atormenta. solo quiero dedicártelo, como la más humilde de las
ofrendas que se te puede haber ofrecido.
Queridos lectores, como que me tengo que morir un día. El dolor desapareció al instante. A Dios, hay que saber pedirle. Amen.
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