POESÍA Y CULTURA - ROSALÍA DE CASTRO

DÉCIMA TERCERA SEMANA DE POESÍA Y CULTURA.
Ethel Morale
s Tello, lo conozco desde 1985. Es un magnífico, docente, de Matemáticas. Materia muy temida por la mayoría de lo mortales que hemos sido estudiantes, en nuestros maravillosos, tiempos de las aulas en general. Él es un hombre serio en sus convicciones. Amoroso esposo, dedicado padre y maestro que ha sabido dejar, profundas, huellas por generaciones con quienes ha trabajado esta bendita materia. Es un devoto católico. Y fiel hincha de la U, el club de sus amores. He sido testigo presencial de la manera como "calienta cuerpo", para entregarse al deporte de las multitudes. Todo lo que he escrito, de ninguna manera es una lisonja. Es la pura verdad.
Ah, me olvidaba, se siente a gusto y está muy orgulloso de su segundo nombre Teófilo = Hijo de Dios; que en fondo es el nombre o, tal vez, el título de honor hacia persona a quien son dedicados: El Evangelio y los hechos de Los Apóstoles. Ethel, tu palabra. A partir de ahora, esta será la columna de mi amigo, muy apreciado y generoso al permitirme publicar sus buenos trabajos.

ROSALÍA DE CASTRO

Ethel Morales Tello.
Hoy les quiero presentar a la poetisa y novelista Rosalía de Castro, nacida en Santiago de Compostela, España, 1837.
Es una escritora española en lenguas castellana y gallega. Perteneciente por línea materna a una familia noble, su adolescencia estuvo dominada por una profunda crisis debida al descubrimiento de su condición de hija ilegítima de un sacerdote, y por una delicada salud, que jamás mejoró.
Su primer libro “La Flor” se publicó en Madrid en 1857.Se casó con el crítico literario Manuel Martínez Munguía, pasando mucha estrechez económica, muy dedicada a su hogar. La muerte de su madre y de uno de sus hijos, fueron golpes muy duros que la aquejaron por mucho tiempo.
A esta amarga experiencia se refiere en su primera obra madure, el libro de poemas "A mi madre" (1863), al cual siguieron "Cantares gallegos", canto a su Galicia rural, lleno de añoranza y denuncia ante la explotación de los seguidores de Castilla.
Escribió también la novela "Ruinas" (1866), que es la historia de tres mujeres nobles y desdichadas, luego escribió "El caballero de las botas azules" (1867), novela de misterio y fantasía.
En 1880 apareció su segundo libro en gallego "Las Follas Novas", expresión angustiada e intimidante sobre la muerte y la soledad humana.
Cierran su producción literaria, El Primer Loco (1881) y el poemario en lengua castellana "En las Orillas del Sar" (1885)
Poetisa y novelista, en gallego y castellano, está considerada como una de las figuras más importantes de nuestra literatura. A continuación te ofrezco 2 poemas de Rosalía de Castro, esperando dejes un comentario con tus apreciaciones.
Era apacible el día
Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!
Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.
¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.
¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.
Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.
Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.
Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!
¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.
Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.
Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.
De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oído:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»
Hora tras hora, día tras día
Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.
Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran.
Recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.
Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?
Sed de amores tenía
Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!






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