VÍCTOR HUGO PARRAGUEZ O EL OTRO JUGLAR FERREÑA

VÍCTOR HUGO PARRAGUEZ O EL OTRO JUGLAR FERREÑAFANO
WILLIAM PISCOYA CHICOMA
Víctor Hugo Parraguez Vásquez nació 17 de febrero de 1948, a las cuatro de la tarde -con un sol vespertinamente ameno de típico verano ferreñafano-, en la Calle Junín, una calle que de tan antigua y grande, hace poco más de una década, nos la hicieron Francisco González Burga, pero que nosotros seguimos llamándola Junín, quizá por la nostalgia que guardan sus esquinas arrojadas y sus veredas superpuestas, o quizá por añoranza propia de ferreñafanos melancólicos.

Es el primer hijo de unos padres -Raúl Parraguez y Gregoria Vásquez- que tuvieron doce hijos y que ya no viven para contarlo, lamentablemente. Como ustedes pueden imaginar, fue un niño consentido. Y como pueden suponer, también, procede de antiquísimo linaje mestizo: es peluquero por parte de padre y de matrona moche por línea materna. De allí su apasionamiento artesanal por la palabra. Como casi todo niño fue a la escuela, al Colegio Mixto de Pueblo Nuevo y al legendario 241 de la ciudad de Ferreñafe y, como no, al Glorioso Santa Lucía, también. Tal vez allí fue, en aquellos claustros atiborrados de figuras y personajes invaluables y de históricas aulas, donde nació y se forjó su intensa vocación de poeta.

Joven aún, casó con María Perleche Chapilliquen, con quien habría de procrear ocho hijos: Víctor Hugo, Carlos Enrique, Carmen Liliana (fallecidos prematuramente), Margarita, Yanet, Pedro Mío, Oscar Félix y Julio César, todos hombres de bien, o sea de estupenda catadura ciudadana. La vida y la muerte, como vemos, le han jugado con naipes de fraude, algunas veces, pero otras, le han acertado los premios de la lotería de los sueños cumplidos, prueba de ello son sus siete nietos, que ya transitan por la existencia con un caminar de omnímodos. El hombre ha barajado su destino como buen poeta.

Víctor Hugo es autodidacto, innegablemente. Pero aún adolescente, y aquí en Ferreñafe, leyó a los grandes poetas de nuestra lengua, y en especial a aquellos que definirían su estilo y las temáticas de su obra futura, es decir, a los grandes tradicionalistas y costumbristas en idioma español de todos los tiempos. Por eso, desde entonces y hasta la hora actual, ha producido una obra cuantiosa y nada desdeñable, que se cuenta en los siguientes títulos: Arriba el norte paisano, De gallo a gallo, Sonetos para meditar, Carlos Enrique, Cantando la décima popular, Décimas y cantares norteños, Al pueblo de la Doble Fe, Tumba cholo, Compositores lambayecanos, Canta Huerequeque, Ferreñafe1550-2006 y Sacachispas. Excepto dos o tres de ellos -que mantienen un corte confidencial e introspectivo, que rompen con la materia habitual de su prolija obra poética-, sus demás libros son la expresión de sus evocaciones de las costumbres y tradiciones ferreñafanas, donde convergen figuras, momentos, hechos y acontecimientos históricos-sociales ocurridos en Ferreñafe, y que sólo él sabe bien perennizar en su poesía llena de talento, ingenio y picardía, es decir, de una genuina y apabullante expresión popular. Por eso, con todo derecho, se le ha catalogado como la más eximia figura de la décima ferreñafana, el mejor entre todos los de su género en la región y, recientemente, su auspiciosa poesía y su campechana y espontánea figura han paseado los países indo-americanos, en una edición especial -de César Augusto Huapaya Amado-, dedicada a la cumanana y la décima originadas en Chile y Perú.
Hay en la obra poética de Víctor Hugo un par de elementos que la tipifican y definen sustancialmente. Un primer elemento suscrito al costumbrismo literario, y donde el gusto por lo pintoresco -donde subyace la apreciación de episodios y escenas distintivos de la región norteña del país-; la tendencia al realismo, es decir, a la presentación de aspectos sociales y políticos más cercanos e inmediatos con sentido de afirmación por la vida y las costumbres locales; e inclinación al juicio crítico, muchas veces, esta crítica encaminada a través de la ironía o la sátira. El segundo elemento, que concreta la poética de Parraguez Vásquez, es el folclor, porque su poesía es vasta en abarcar creencias, costumbres y conocimientos de la cultura, transferidos al autor por vía oral, por observación o por imitación, y que nuestro poeta examina y plasma como un conjunto de material que él conserva y transmite con constantes cambios según la memoria, la necesidad inmediata o su propósito de transmisor. En virtud a toda esta significación y trascendencia de la obra de Víctor Hugo Parraguez, no es  huelga  decir  que,  junto a  Orlando  González García -nuestro añorado e inmortal Manolando-, estamos frente a los dos más grandes poetas costumbristas de nuestro pueblo, juglares del pasado y el presente ferreñafanos.

Por lo demás, este noble poeta, ha sido profesor, relacionista público, promotor cultural, bibliotecario, comunicador social; es autor de los himnos a Inkawasi y al Colegio Perú Birf; a asistido al Primer Encuentro Latinoamericano de Decimistas y Payadores, de Lima, al Segundo Encuentro de Decimistas y Forjadores Latinoamricanos, de Chile; ha alternado con los decimistas: Manolando, Demetrio Guillermo, Nicanor Brenis, Oscar y Julio Mesones, Teodoro Ballona, Juan Cabrejos, Raúl Ramírez, Iván Santamaría, Hidelbrando Briones, Martín Lozada, José Huertas, Osterly Campos y muchos otros de igual o mayor longitud lírico-creativa; así mismo, ha recibido la Máscara de Sicán y declarado hijo predilecto, por la Municipalidad Distrital de Pueblo Nuevo, la Medalla de la Facultad de Ciencias Histórico Sociales y Educación de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, de Lambayeque, y guarda bajo su brazo de poeta, junto a su corazón de trovador, incontables Diplomas y otros reconocimientos que pesan tanto como sus precoces y augustas canas plateadas. De pie, y muchos aplausos, para el decimista de nuestro pueblo, el otro juglar ferreñafano: Víctor Hugo Parraguez Vásquez.

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