DIGRESIONES REQUIEM GATUNO

DIGRESIONES REQUIEM GATUNO

Las mugrosas calles siguen desiertas y desnudas sin taparrabos, ateridas, enfermas, misántropas, solitarias y sin voz ni eufonía.  Hay una tuerta calavera chusca emergiendo de los colmillos de la noche, mientras las penumbras sulfatan el acre aroma de la hora cadáver. Ya no está Tuertito Esponjado, el Blanquito Triste, la Ramoncita Tímida ni la Ramonita Audaz ni el Manchadito II, es una catástrofe emocional para mí. Allí en una covacha oxidada sigue el pelaje negro y la calavera blancuzca del Ermitaño Black, asesinado el 2021. El 2022, fue un año crucial para mí, todos mis muertos gatunos me han estigmatizado y me han dejado varios arañazos en las venas y una larga sepultura sobre mi cadáver en pleno invierno, no para de contar. No sé cómo penetraron en mí, pero entraron raudos para no salir jamás y dejarme sus maullidos dentro de mis huesos a la hora que se fueron. Antes de irse me miraron, me ronronearon y me dejaron o un alarido lastimero o una mirada perturbadora y eso fue como un arpón ballenero clavándose entre mis emociones y una estacada en el corazón. Recuperé a la Tacora dos veces (de entre los fierros viejos de Tacora-Chiclayo y de la vecina y la hice mi protegida) y cada día barro el epitafio de Rascabuches, Ramona, la Negrita y visito en el puente a la Colorada. Más allá yacen enterrados juntos Manchadito I y Ramoncita, juntos abonando -con sus cuerpos en descomposición- a un rastrero y verdoso Maracuyá, mirando al poniente y en guardia permanente. Tengo en el corazón un cementerio repoblado de gatos, maullándome cada anochecer. Y aunque la tarde me regurgita su gris tufo de tristezas y soledad, aún quedan aquí Pilimily, Copo, Ploma, Melquíadez y Tacorita. Hay en cada rincón de esta casa un pelo de tristeza ida, algún rastro oloroso de gatos viejos, alguna croqueta abandonada y un millardo de recuerdos de pendencias y buenas migas. La noche y la luna, me maúllan unas sordas letanías, en pleno verano transgresor. Es medianoche y, mi mirada fija en el segundero, me hace evocar el día que Joma trajo clandestinamente tres seres diminutos abandonados en una cajita de galleta de la calle Juan Fanning: Copito, Manchitas y Plomita y mientras hacía limpieza, curioseo, levanto la manta y desde abajo seis grandes ojos, más grandes que sus propios cuerpos y mostrándome sus endebles e incipientes colmillos, me atraparon para siempre. La chúcara noche, es un escorpión columpiándose entre el aguacero de las sombras. Las sombras me escupen sus más tétricas jaculatorias, a lo lejos, en la total oscuridad, en el más absoluto silencio de la madrugada, unos brillosos ojos, entre los techos terrosos, mira, observa, analiza, cataliza, calcula la distancia de la Luna y la estrella más cercana a doscientos años luz: es el Pancho.
NICOLÁS HIDROGO NAVARRO PERÚ

Comentarios

  1. Triste historia de los animalitos de calle. Gente sin corazón que cuida de sus mascotas.

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