EL DÍA QUE ME QUIERAS
PERCY ANTONIO COLLAO ALVA.
Desde la primera vez que escuché, que mi papá, le cantó, El día que me quieras, a mi mamá. La mujer de su vida. Tenía cinco años. A los seis conocí a Yolanda. Era mi vecinita. Las mujeres, maduran más pronto que nosotros los varones. Ella, era "nueva" en la cuadra. Mejor dicho vivía en una transversal, de nuestro querido San Diego. Cuando se apareció, nos encontrábamos jugando a la ronda. Todavía recuerdo. Los dos grupos cogidos de ambos brazos, casi chocábamos entre ambos e íbamos cantando; nosotros estábamos terminando la estrofa, "Qué quería su señoría, matatirutirulá." Y si pequeña figurita, para mí, resaltaba sobre la débil luz del poste. Su cabello era largo, suelto. Su sonrisa me indicaba que quería jugar con nosotros. Enseguida alguien, del grupo contrario, del medio, salió y la cogió del brazo. Y la incorporó a nuestro juego. No sé, suerte, el destino; el asunto es que cantando, "Yo quería su señoría a una de sus hijas, Matatirutirulá", quedamos casi frente a frente con Yolanda. Sonreímos y bajé la cabeza, sentía calor en mis mejillas. Ella como si nada, continuó con el juego. Terminando el juego mi mamá con otras mamás nos dijeron, "ya es hora de comer". Y sin chistar ni replicar, todos como pollos buscando protección cogimos na nuestras respectivas mamás, de ambas manos. Y camino a la casita.
Como era verano, vacaciones, al día siguiente, nos vimos en la cuadra 4 de San Diego. Esta vez jugamos a las escondidas. Pero no podíamos salir de la cuadra. Y como por arte de magia, ahí estaba Yolanda. Esta vez llevaba trenzas que terminaban en su infantil pecho. Unos listones de cinta amarilla, aterciopelada resaltaba su lindura. Llevaba puesto un vestidito con lazo en la parte parte posterior. Enseguida, Yolanda me cogió de la mano y me jaló al frente de la casa, se estaba construyendo la actual Municipalidad de Surquillo. Sentaditos en unos ladrillos. Vimos como iban siendo ampayados. Calladitos, nos miramos. Estábamos embobados. Ella, casi cayéndose, me jaló y acercó su lindo rostro a mi cara. Rozamos nuestros labios, nos habíamos dado el primer beso, de amor, de nuestras vidas. Yo no sabía eso. Creo que Yolanda, tampoco lo sabía. Simplemente sucedió. En eso nos dimos cuenta de que solamente quedábamos los dos por ser ampayados. La amiga de fue a buscarnos casi hasta la esquina. No pasaba más allá, porque lo teníamos bien advertidos. En eso Yolanda me jala y como caí al suelo. Ella siguió corriendo. Tocó el poste y gritó "Ampay, me salvo y a todos mis compañeros", con su vocecita muy aguda. Y se acabó el juego. Enseguida las chicas se pusieron a jugar, con sus muñecas, sentadas al borde de la vereda. Nosotros los varones nos pusimos a contar cuentos. Casi enseguida, se unieron las chicas y alguna comenzó con "Juana la marimacha". Sus cuentos eran de terror. Algunos asustados gritábamos, otros lloraban escondiendo sus caras entre sus manitas y apoyándose en sus piernas. Y no era para menos. Eso que no había llegado la televisión al Perú. Escuchábamos por la radio a Maruja Venegas.
Siempre leo lo que escriben algunos poetas. Y desde hace tiempo compruebo que algunos van cediendo su lugar a otros nuevos. Veo de mejor calidad sus poemas. Más elaborados. Palabras nuevas. Nuevas técnicas. Para mí Nervo va siendo reemplazado, por otros. Pero el que nunca pasa de moda, es Gustavo Adolfo Bécquer. Ah y quien llevo como excelente recuerdo es "Pastorala", de mi profesor, maestro, de quien aprendí mucho. Ya contaré acerca del magnífico Mario Florián.
AMADO NERVO.
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.
Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
Es un tango, que pertenece a Carlo Gardel y Alfredo Lepera. Hermoso por cierto. Pero, con el perdón de mi buena amiga Giuiliana, argentina el mencionado tango tiene influencia de este hermoso poema, su remate es maravilloso, espectacular. No hay nada que se le iguale.
Acá la versión que caló muy hondo, en nuestros tiempos. En esta oportunidad en ritmo de balada por el brasileiro, el gran Roberto Carlos.
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