MONÓLOGO DESTRIPADO
Allí bien abajo, apretado, indomeñable, laxo, disyunto, el execrable cadáver de la soledad, sigue girando en reversa de las manecillas del trompo herido del tiempo. Se oye el gemido exacto de la noche renegrida desvariando, crepitando entre los montaraces cañaverales desvencijados. Aguzo el oído y percibo la agitada caminata inquebrantable de las procariotas hormigas azules entre la paria piragua atracada lerda río arriba. ¿Qué miéchica hago entre los farallones de la literatura? La canoa de pona me salpica agua intoxicada de endorfinas y diazepames... (pasan los awujunes, gritando: ¡¡¡Tsawaájumek !!!, veloces, con sus rostros pintados con achiote, en sus peque-peques larguiruchos, agitan las aguas del Mayo como tromba). La poesía, es una seductora ramera pulposa, estriptís, feladora, lampiña y mortal, te arrebata el tiempo y devora tu excentricidad, te exige tributariamente tu propio cadáver. Un poema, es un regurgitamiento apestoso, isotópico radiactivo, geloso, perverso, dentro de nosotros mismos, amorfo, escatológico y esperpéntico; pero, afuera, es y debe ser un irresistible pastel apetecible con crema chantilly, brioso, soberbio, dandy, exultante, morboso y tentador, desafiante, seductor, hiperbólicamente un leviatán recargado de fuego original y constrictivo, premunido de balas de oro y plata que le peguen en la mitra al más desprevenido lector. (𝑌𝑎 𝑓𝑢𝑖 𝑎 𝑙𝑎 𝑡𝑢𝑚𝑏𝑎 𝑑𝑒 𝑉𝑎𝑙𝑙𝑒𝑗𝑜 𝑦 𝑃𝑎𝑧, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑓𝑎𝑙𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝐻𝑢𝑖𝑑𝑜𝑏𝑟𝑜 𝑦 𝐽𝑜𝑦𝑐𝑒). [A cada instante se queja el cobarde minutero, con sus patitas enclenques, fatigado y desgastado hasta el surmenaje, tiene magullado el alma y coja su pena]. Escribir es un acto suicida, kamikaze, sabes que debes llenar la hoja que te mira con sus ojos de cangrejo ermitaño y solo atinamos atrapar del pescuezo una parvada de sememas para derruir un poco de retórica dispersa, un manojo de sinécdoques, una tarima de metáforas y un aporque de prosopopeyas. Mi vida es un oxímoron tremendista e hiperbólico, un salto anafórico al vacío sin paracaídas ni símiles Altazores, es un brinco hiperbático a la garganta de la nada. Solo soy un estratosférico gato abandonado y solitario maullando bajo los colmillos de la lluvia, oculto en el estéril tejado deshabitado de la preñez estética y atrapado entre el ronroneo mayéutico, un cadalso de tic-tacs, el hambre omnívoro y la lluvia depredadora. Un tibio, tenue, telúrico y taimado remanso de dudas y pesares, se abre preñado entre los arrozales, la lluvia es un pirata capitán, gobernando estoico y rabelesiano desde el mástil enervado de su terquedad con su carácter de vendaval.
Nicolás Hidrogo Navarro.
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