¿CUÁNTO HABREMOS PERDIDO?
Un hombre se sentó en una estación de metro de Washington DC y se puso a tocar el violín, una fría mañana de enero; tocó seis piezas de Bach durante aproximadamente 45 minutos.
Durante ese tiempo, al ser hora punta, se calcula que cruzaron la estación unas 1.100 personas, la mayoría de ellas de camino al trabajo.
Pasaron tres minutos cuando un hombre de mediana edad se fijó en el músico, aminoró la marcha y se detuvo unos segundos, pero luego siguió su camino para no llegar tarde.
Un minuto después, el violinista recibió su primer dólar, una señora lanzó el dinero sin siquiera detenerse y continuó su camino.
Unos minutos más tarde, alguien se apoyó en la pared para escuchar, pero mirando su reloj, reanudó la marcha.
Estaba claro que llegaba tarde al trabajo.
El que más atención prestó fue un niño de tres años.
La madre lo llevaba apresuradamente de la mano, pero el niño se detenía a mirar al violinista.
Finalmente, la madre tiró de él con más fuerza y el niño siguió caminando, girando la cabeza varias veces para ver al violinista.
Esta acción la repitieron varios niños más.
Estaba claro que llegaba tarde al trabajo.
Todos los padres, sin excepción, obligaron a los niños a continuar.
Cuando dejó de tocar y el silencio se apoderó del lugar, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún tipo de reconocimiento.
Nadie sabía que aquel violinista era Joshua Bell, uno de los músicos con más talento del mundo.
Tocó algunas de las piezas más elaboradas jamás escritas con un violín de 3,5 millones de dólares.
La cuestión es: en un lugar común, en un momento inadecuado, ¿somos capaces de percibir la belleza?
¿Nos detenemos a disfrutarla?
¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
¿Cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?
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