Se
desocuparon dos asientos. Él, hizo el pase para que ella se sentara cerca a la
ventana. Ella sonrosada, sonriendo, cerró los ojos e inclinó la cabeza, con una
venia, indicando muchas gracias. Él tomó asiento al costado de la niña bonita.
Ahí
se acercó el cobrador, que le llamaban Corazón. Vestía sport, con una camisa de
flores, pantalón a la moda, una casaca de tela suelta. Un diente de oro
resaltaba en su blanca dentadura. Su peinado todo para atrás, con un mechón que
le caía en la frente. Extendió la mano derecha, que lucía cinco anillos todos
con una piedra de distintos colores.
Con
la seguridad, que dan los años vividos. Corazón sonrió. Le guiñó con el ojo
derecho al muchacho. Éste se sonrojó. Ella ni se había dado cuanta. Apenas
levantaba la cabeza. Había sacado el monedero de su gran maletín. Extendió la
mano, para pagar su pasaje. Entonces ella escuchó
¾—No se preocupe la niña. Ya está pagado el pasaje— ...de nuevo ella se sonrojó... El chofer había encendido la radio. La canción se escuchó con claridad.
Tú
tenías quince años
Yo
no había cumplido aún los dieciséis
Desde
entonces soy feliz
Tal
y como lo soñé.
El
viaje continuó. Él llegó donde debía bajarse. Al ponerse se pie. Ella, levantó
la mirada. Ahí se encontró con los ojos de él. Ambos, sonrieron. Era la tímida,
forma de decirse hasta mañana. Ella, se sonrojó.
Otro
día. No fue al día siguiente. Se volvieron a encontrar. Ambos se miraron con
detenimiento. Quedaron frente a frente. Estaban en medio del pasadizo del
urbanito. Ella puso su pesado maletín en el piso del bus. Él, se colocó los
cuadernos en la cintura; pero a su espalda.
De
pronto una maniobra del chofer y ambos, se abrazaron; para no caer. Sonrojados, ambos, en esta oportunidad. Al mismo tiempo se cogieron del pasamanos del techo. Y se
rieron a más no poder. Y ambos sintieron que una mano les tocaba, la mano. Levantaron
sus miradas y comprobaron que eran sus manos. Las que se rozaban. De nuevo
ambos sonrojados, bajaron la mirada. Levantaron, ambos, la mirada.
De
pronto Corazón gritó —Arica, quiénes bajan en Arica— él se tenía que bajar. Había
llegado a su paradero. Ambos se miraron desconcertados. Y Corazón los había estado
observando.
Otro
día, no al día siguiente. El muchacho subió al ómnibus. Ya arriba, vio que Corazón
le extendió la mano. Como el vehículo estaba casi vacío. El cobrador se sentó
al costado del chico diciendo —sí, ya sé que esperas a..., pero ahora el
asiento está desocupado— él se sorprendió, al verse descubierto.
Sorprendido
comprobó que Corazón, le había dicho el nombre de la chica que llamaba toda su
atención. Si sobre todo cuando estaba en clase de matemática. Curso que él detestaba.
Y era porque sus anteriores profesores, bueno habían sido sus profesores.
Entonces,
Corazón habló —mira -le llamó por su nombre-, está bien, es comprensible que
ambos estén enamorados, se ve hace ratón. Pero te pido no arruines tu vida ni
la de ella. Tú me comprendes— Enseguida subieron pasajeros y Corazón tenía que seguir
con su trabajo. El chico suspiró y de pronto había llegado a su colegio; frente al mar. La bajaba
era por la puerta posterior. El muchacho pidió bajar. El cobrador y el pasajero se
miraron. Ambos sonrieron. El mensaje había llegado bien. Y sobre todo había
sido bien entendido.
Algún
día después. Los chicos se volvieron a encontrar. Era la hora de la salida. Les
tocó viajar juntos. Esta vez él habló —te invito a la Biblioteca del Callao—
ella sonriendo respondió —está bien, cuándo y a qué hora— Otros escolares
apuraron al muchacho. En la vereda. Él se despidió de ella, agitando la mano. No
había podido responder. Los otros escolares se reían, comprobando la travesura.
Pero
a la salida fue el desquite. Nuevamente se encontraron y él le dijo —¿está bien
el jueves a las seis de la tarde? Una hora nomás— ella mostrando sus hoyitos en
ambas mejillas sonrió respondiendo con un largo —si...—
Ese
día ella estrenó su carné de lectora. Él mostró su carné muy usado. Ingresaron él
le dijo —permíteme escoger el libro, por favor dame tu carnet— ella
sonriendo dijo —Perfecto...—
Mientras
él iba a buscar el libro. Ella ubicó un lugar apartado, que estaba vacío. Puso su
block de notas en el lugar que reservaba. Es que se había presentado otro estudiante.
Pero ella con cortesía y una sonrisa. Había enviado su mensaje.
Casi
al instante se apareció, el susodicho. Se sentó en el lugar reservado. Le dijo —cierra
los ojos y extiende tu mano— él enseguida sacó un popular chocolate con maní, lo
depositó en las manos de la chica. Se sentó a su lado y le empezó a leer de
Mario Bennedetti
HAGAMOS UN TRATO
—Si ... respondió mirándola fijamente... —Sí, ya sé no te intereso— dijo él, mirando al suelo, bajando la cabeza.
Ella, puso su mano sobre la mano de él —yo no he dicho nada, no te atrevas a poner en
mi boca, palabras que nunca dije— mientras se cubrió la boca con una mano. Y abrió
sus grandes y hermosos ojos. había hablado una chalaca verdadera
—Él perdóname, no te quise ofender—
Ella,
sonriendo, lo miró con ternura y le respondió con un tácito silencio. Él muy preocupado preguntó —¿Entonces
sigo?— había abierto sus ojos chinitos.
Ella
sonriendo —¡Si, por favor!—
Entonces, pasó de página y suspirando entonó
VICEVERSA
Enseguida,
ambos soltaron una fuerte carcajada. Todos los lectores, muy enojados voltearon
a mirarlos. Ambos hundieron sus rostros en los libros abiertos.
El
Bibliotecario, se acercó a la pareja y espetó —la próxima los saco del salón. Acá
se viene a leer y no reír a carcajada— ambos sonrojados al instante asintieron con la cabeza.
No había duda. Habían recibido una buena reflexión.
Pero
para evitarse nuevos problemas. Optaron por ponerse de pie y retirarse. Él cogió los dos libros y fue a entregarlos
En
la calle como tocados por una descarga eléctrica. Se colocaron uno frente a la
otra. Y se dieron un suave beso.
Avanzaron unos pasos. Él la llevó hasta la pared. Y se besaron frenesí. Uno de esos improvisados moralistas que nunca faltan. Que circulaba justo por ahí gruñó —¡¿Qué descaro, estos mocosos, besándose en la calle. En mis tiempos qué se iban a ver estas cosas. Si quieren hacer sus cosas, vayan a un lugar oscuro, para que nadie los vea!?— Y así hicieron. Cogiéndose de la mano. Terminaron la cuadra. Cruzaron la calzada y se perdieron, entre el local donde quedaba la Ymca y el Real Felipe. Apenas, estaba oscureciendo.
Él le hizo caso al consejo de Corazón. Terminaron su etapa escolar. Hoy, son una pareja de adultos mayores. Y se siguen amando como el primer día. Les pediré que compartan el secreto. Ah, en ese tiempo ella tenía 13 años y él, casi 16.
Aquí la famosa canción, de marras, por el mejor intérprete, Danny Daniel
Ahora, si gustan pueden cantarla aquí en Karaoke 16 años. Los varones se imaginan que le están cantando a la mujer que aman. Y ellas. Cantenla imaginando, que su enamorado Romeo se las está cantando. Total, soñar no cuesta nada. Y si es gratis y da placer ¿Por qué no?
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