Tener como colaborador, con una pluma tan exquisita como la de Luis Manuel Lòpez Farfàn. Es un lujo que cualquiera, no se puede dar. Lo fino de su redacción es producto de su inspiración. Pero esa inspiración, tiene una base que se sustenta en el inmenso y profundo conocimiento como él mismo dice, con grandiosa humildad. Estudió en Libros que voy leyendo. Disfruten, con deleite, la luz que emana.
LOS LUNES CON LUCHO
EL SUEÑO Y LA ROSA
Luis Manuel Lòpez Farfàn
Ah, buen Lucho en mi Callao querido. La Punta, con precisión------------------------
Intuyo que los sueños constituyen filtros entre el mundo onírico y la aireada realidad; en ellos, alcanzamos las vidas que nos faltan vivir, apenas recordadas (son indemostrables) tratamos, los tocados levemente por las artes y aquellos cuajados de sutilezas, de convertirlos en señera poesía o limpia prosa.
Intuyo que los sueños constituyen filtros entre el mundo onírico y la aireada realidad; en ellos, alcanzamos las vidas que nos faltan vivir, apenas recordadas (son indemostrables) tratamos, los tocados levemente por las artes y aquellos cuajados de sutilezas, de convertirlos en señera poesía o limpia prosa.
El eterno Borges, en sus abluciones matutinas buscaba que evocar su mundo imaginativo: los convertía en exultantes y académicos versos; o, en abigarradas y algebraicas prosas.
Conocemos de manera somera los sendos libros de ese trío de sabios, Freud, Adler y Jung. Trataron de explicarnos la gesta de los sueños y sus probables interpretaciones; a pesar de lo inasible que son, siempre flotarán las dudas y nuevos filósofos y estudiosos surgirán con teorías para el debate.
El discerniente más ilustre de estos avatares, no es otro que Calderón de la Barca. Hizo decir en generosa obra teatral geniales frases. Su monumental visión hizo vociferar al encadenado Segismundo: "... que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son". Así que no nos hagamos muchas ilusiones: quizás estamos soñando en tanto nos mantenemos despiertos.
Arguyo este corto introito, porque hace varias noches un sueño recurrente que termina en ahogo por el llanto, me tiene preocupado. Estoy tratando de sobreponerme. Se los cuento:
EL SUEÑO Y LA ROSA
Estoy corriendo acezante, trato de llegar a un distante puerto. Una vez allí percibo que el mar está como aquietado por la suave marea; es como si un rítmico péndulo estuviera haciendo ondular, con levedad, las tenues olas azules.
Mi visión contemplativa observa, con angustia, el desplazamiento hacia la inmensidad del océano, de una nave enteramente blanca de proa a popa, en tanto que babor y estribor lo inunda el color violeta.
Una bulliciosa multitud despide a una única pasajera que refulge por su majestuoso aspecto. Los despidientes enarbolan pañuelos blancos, vistos en perspectiva, asemejan palomas en aireados vuelos.
La extraña viajera se encuentra quieta observando los mágicos remansos que la circundan; la armoniosa tarde espera la decadencia del sol para que el crepúsculo ataviado de colores parduzcos se entronice en el horizonte.
Al oír los vítores del gentío alza su vista hacia ellos. Sus labios pequeños, apenas entreabiertos, dan la sensación de coralinos cerrados.
Está lujosamente ataviada con seda china proveniente de Damasco. Un amplio chal celeste con brocados purpurinos permiten reflejar su imagen: está aleteando por el fragor del viento besando, con suavidad, sus sonrosadas mejillas.
Otea al gentío tratando de encontrar un rostro. Pasea su mirada con gestos ensoñadores. No me ubica. Estoy apretujado con la muchedumbre que continúan ondeando sus albos pañuelos.
En gesto intuitivo introduzco mi mano en la chaqueta. Saco una flor. Es una rosa de un rojo fulgurante. Mi voz, inaudible, acompasa al sonido del viento. La agito con desesperación. Vi que sus ojos, gemas volcadas al marrón, han detectado ese punto rojo en la aglomeración y fija su mirada en mí.
Una vaga e indisimulada tristeza llena su rostro. Su imagen va tornándose más difusa mientras el alejamiento de la embarcación va perdiendo visibilidad.
Ya se está diluyendo por el horizonte de esa tarde de delirio. Los caleidoscópicos destellos del sol aún hacen resplandecer su figura, que al fin se esfuma.
Vuelvo mi rostro hacia la multitud y no hay nadie. Estoy solo. Irreparablemente solitario. Observo con amor mi capullo, aún húmedo, a pesar de no haber rocío.
Mi escape imaginativo me trae el feliz momento en que ella puso en mis manos, de su rosedal, esta rosa, como testimonio de amor.
La beso y la guardo. Ella llorará conmigo hasta su vuelta.
Comentarios
Publicar un comentario