LOS LUNES CON LUCHO
EL TIEMPO DETENIDO
Desde muy joven me plació leer novelas abultadas de páginas. Aquellas que me originaban un revoltijo o desbarajuste en mi cerebro.
El ampuloso universo verbal que contenían y sus enmarañadas tramas, eran mi obsesión. Consumía bien mis días.
Hace poco estuve hojeando al desgaire, el primer libro de En busca del tiempo perdido. Proust, su autor, lo inicia así: "Hace mucho tiempo he estado acostándome temprano...". Es uno de mis cinco favoritos, mantuve un largo y feliz contubernio con el francés.
Los que buscamos argumentos para hilvanar una sobria narración, dependemos: de los continuos duermevelas que nos acechan en noches pesarosas; o, de alguna obrada circunstancia que capturamos en el diario pasar.
En esta ocasión, fue mi admirado Marcel Proust quien me sugirió el tema. Hablaremos sobre el tiempo.
LOS DARDOS DEL TIEMPO
En el breve andar por esta bella vida, nos encontramos con un sinnúmero de interrogantes que no logramos responder. En muchos casos, por la precariedad o fragilidad de nuestros conocimientos. El acto de existir está circunscrito a ráfagas de estados felices o infelices.
¿Qué es el tiempo?
Aceptamos que lo hacemos culpable de arrasar, imperturbable, con toda criatura viviente que encuentre a su paso. No hay excepciones. Ha existido, afirman los científicos, desde la Gran Explosión: a partir de allí, somos sus encadenados cautivos; nos hacen vivir un engañoso espejismo.
Se ha llevado, desde que el mundo es mundo, a miríadas de generaciones. Es el que más llanto hace derramar a la humanidad. Y seguirá con su espantosa rutina de pulverizar nuestra masa corpórea. No hay nada que podamos hacer.
Me permito subrayar que el tiempo es estático; en tanto magnitud física es omnipresente: un convidado de piedra. Todo lo que acontece es a través del torrente del tiempo, pero no es él quien lo hace ocurrir.
Por ejemplo, se ha dicho que si ponemos a hervir agua y afirmas que en quince minutos empieza a bullir, no es ese tiempo lo que hace barbotear el agua, sino el fuego.
Definiciones sobre el tiempo hay para todos los gustos. Aristóteles afirmaba que tiene que ver con el movimiento, San Agustín, con el alma.
Los físicos modernos, entre ellos Sam Barón, deslizó una conclusión, luego de cotejar las complejísimas Teorías de la Relatividad, de la Gravedad Cuántica, de Cuerdas, afirmando sin ambages: ¡El tiempo no existe!
Nosotros los profanos, esperamos anhelosos que los señores eruditos nos esclarezcan esta sempiterna duda.
Bueno, amigos, ando preocupado.
Según la mitología griega, Crono es el papá del tiempo, el mandamás. Este tal por cual ha tenido la insana osadía de raptar a Lunita, la dueña de mis altísimos sentimientos. La secuestró.
Estoy pertrechado con mi infatigable espada forjada de noble acero. Con ella, he ido en busca de mi reina. En el camino sostuve cruentas batallas hasta llegar al oscuro reinado del raptador.
Voy a liberar a Lunita.
Empinado en este inmenso pedruzco, frente al tormentoso mar, lo apostrofo así:
EL TIEMPO RECOBRADO
Tú, titán Crono, eres el culpable de mortificar
nuestra apacible vida bucólica, serena y feliz;
viviendo numerosos años sin el mínimo desliz
trocaste, insensato, nuestro morar, en pesar.
¿Qué celosos impulsos guió tus pensamientos
al diluir paso a paso al reinante de la naturaleza,
entroncado que estaba de eternidad y fortaleza?
¿Acaso temiste ser arrasado en conocimientos?
Te llevabas sin seleccionar, en cada neblina gris
a distraídos caminantes de verbas extrañas;
amenazantes las manos, torvas tus pestañas
llamabas para ocultarlos al cíclope enano Orris.
Te conjuro, tronando sobre estos despeñaderos
espada en la mano y victoriosa y leal mi palabra
que entregues el rubí del Palacio de la Alhambra
y a mis insepultos y bravos y temidos guerreros.
Y devuelve, Crono, a quien con justa honra amé,
los Colosos antes tuyos hoy son mis guardianes
hurga presuroso en el oscuro océano que tienes:
luz despide ¡es Lunita! a ella mi amor proclamé.
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