DE LOS JUEVES CON LUCHO, PARA JULIO CÉSAR OCAÑA
"LAVANDAS PARA TI"
Apreciado Julio César:
Hasta que un Hada Madrina me hizo el "milagro". Me entregó tu novela, la única disponible en Lima- Perú, que va para su segunda lectura. Te alcanzo esta primera impresión, vuelan pues mis quisicosas, hacia tierras mexicanas.
Lo menciono, Julio César, porque el nombre del narrador de tu novela, el del perfecto y perpetuo amante de la ninfa Mara Vento, no aparece. Por lo tanto (excúsame), lo bautizaré como Adán. Y lo hago, porque ya forma parte de la cofradía de mis etéreos acompañantes que se vivifican y se vuelven carmina amoris (canción de amor) en mis peregrinajes oníricos.
Mi admiradísimo Oscar Wilde, me dice: "La mayor tragedia de mi vida,fue la muerte de Lucien de Rubempré" ("Las ilusiones perdidas", de Balzac) y le respondo: Mi mayor infortunio está en la malhadada página 146, de "Lavandas para ti": "Sobre el mármol blanco decía: Mara Vento. Te confieso, Julio César, que al leerlo, lancé una imprecación.
Mara fue sepultada con "La Divina Comedia" atenazada en sus manos. ¿Sabes que los moradores en el cielo de Dante se comunican por imantación de pensamiento?
Ya estaba subsumido en los apoteósicos amores de Mara y Adán.
Los había acompañado desbordado de admiración por la precocidad de su andamiaje expresivo: fuerte, macizo, con análisis personalísimos sobre lo humano y lo divino, queriendo extraer, junto al erudito Adán, el último sedimento de la ambrosía, dentro del marco de la sin par Perugia (Italia) con sus portentosos cascos medievales tan señeramente descritos y ...sucede lo irreparable.
Cuando Stendhal paseaba alucinado por el país de la bota, en el que la historia parecía haber claudicado y trocado en un eterno presente, sufría vértigos. Era imposible contemplar impávido tanto arte reunido, sin estremecerse. Se lo contaba a Byron, con quien en alguna ocasión se encontró. La fama de este poeta de vida amoral, había trascendido tanto, que al pasar atildado y bello, cerca de un grupo familiar, la madre recomendaba severa: No lo miren, hasta mirarlo es pecado.
Estos devaneos, Mara-Adán" están bien emparentados con Abelardo y Eloisa: amorío que no es ningún mito, sucedió. Ella lo amó hasta lo imposible; a él, un esbirro lo castró. En su asilo monacal Eloisa le escribía, ahita de sensibilidad, como "Las cartas de amor de la monja portuguesa" de Mariana Alcoforado, misivas llenas de exacerbado lirismo; pero las de Eloisa las sobrepujaba y rendida de amor le decía: Haced lo que queráis Abelardo, menos olvidarme.
La aparición del Cantar de los cantares, de Salomón, es almácigo imprescindible para que los poetas entiendan cuál es la descripción del verdadero amor; añado, el libro de Job encomiado por Borges, que es una de las rectas fuentes de filosofía y entendimiento humano pocas veces superado. Adán, Mara, Chiara, nos hacen degustar de Beethoven, Goethe, Schiller, Dante, Voltaire, Montesquieu, Tolstoi, Mann, Kundera, incluso a mi Agustín Lara, y por allí, casi al desgaire, al preciadísimo Wilde.
La linda y enamorada tía Chiara nos inundó de las mágicas tonalidades beethovenianas, agregando sus diáfanas y aleccionadoras descripciones del genio de Bonn. Contagiado de ello, Julio César, fui con paso raudo a oír La novena sinfonía, aquella en la que por primera vez, se introdujo un coro: Oda a la Alegría, "¡Alegría, hermosa chispa de los dioses..." del supergenial, Federico Schiller.
La carta póstuma de Mara a Adán es uno de los soliloquios más estremecedores que he leído últimamente. En cada línea se transparenta el llanto, el gemido, el atardecer, el anochecer, el crepúsculo, de una vita brevis. Sus palabras batallan por transformarse en espejismos, para que en los desiertos del superviviente Adán, éste encuentre, al releerla, manantial fresco.
Mara:
La luz autumnal
cae sobre enhiestos árboles
de copiosas cabelleras.
Una ramita es corporizada
en flor, deviene,
por sortilegio, en mujer.
Mara no ha muerto. solo se ha marchitado. No es una rama seca. Se ha transformado en aromática lavanda. Adán la está regando con sus lágrimas y en cualquier momento volverá para "besuquearlo".
"No está dicha la última palabra respecto al amor".
Es todo mi desborde por el momento, Julio César. Saludos desde Lima.
Una yapita:
Me precio de haber tenido infinidad de maestros. Cada libro leído fue uno de ellos. Inclinado desde muy joven a escudriñar folios decimonónicos o los modernos que constituyen legiones.
En prosa o en verso -los escanciados- suelen ser deslumbradores, preguntándome a menudo: ¿cómo iniciaron los escribientes los textos incunables? ¿qué los impelía a volcar sobre un papiro o un folio sus vestigios interiores que reclamaban luz? ¿fueron conscientes de que escribían para la posteridad?
Las líneas que siguen no son otra cosa que un diminuto y pálido homenaje a quienes desdoblaron mi vida, acercándola al lenguaje.
En el principio era el verbo...
MIS MAESTROS
Me conquistan los egregios rostros
que se evaporan al contemplarlos,
aquellos que en su terrenal
paso -levitando siempre-
se diluyen, regando con sus esparcidos
aromas los anhelantes recintos
en los que el recuerdo los
perpetúa.
Es tan efímero ese mi observar
y tan eterno ese mi fijar
que los conllevo y concelebro
con ellos. Son mis extraños
mimados, fantásticas sombras
a quienes discretamente corporizo,
extasiándome con su consejería libresca
y sabiduría de siglos.
No necesitan hablarme,
he descubierto que lo hacen
al contemplar alelado el
canto de un ruiseñor
en el póstigo de mi ventana,
cuando el crepúsculo se
cierne cada día en infructuosa
búsqueda de la aurora.
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