EJERCICIO #163-2024 DE IMAGEN GENERATRIZ DE ESCRITURA. Con orgullo, un peruano de exportación, excelente.
imagen recogida del internet
EL AJEDREZ EN EL ESPEJO.
5.- Walter Quiroz Bustamante – Perú-/17,9
En el frágil equilibrio del tablero, las piezas de ajedrez se alzan como actores en un drama cósmico. Cada movimiento, un susurro en el viento del destino, una danza coreografiada por la mente maestra del universo. Los peones, simples en su apariencia, son los obreros de la estrategia, avanzando con sigilo hacia la promesa de la grandeza. Los caballos, con su elegancia enigmática, saltan sobre los obstáculos del tiempo, como si desafiaran la gravedad misma. Las torres, erguidas como testigos de la historia, guardan celosamente los secretos del pasado, mientras los alfiles trazan caminos misteriosos a través del laberinto de la existencia. (Ella era como un peón en el juego de la vida, moviéndose con cautela y determinación en un mundo de sombras y luces. Cuando él llegó a su vida, fue como si una nueva partida comenzara. Él era su rey, su soberano, y ella estaba dispuesta a aprender cualquier arte para complacerlo. se adentró en el universo del ajedrez, cada movimiento era una lección un duelo de voluntades, una danza de inteligencia y pasión. El destino es un jugador caprichoso, el rey abandonó el tablero, dejando a la joven con el corazón roto. En su interior, las piezas de ajedrez parecían susurrarle palabras de consuelo, recordándole los momentos compartidos, los sueños tejidos juntos y las promesas de un amor eterno.) En el espejo del alma, se reflejan las imágenes de un mundo invisible, donde la realidad se funde con la ilusión. Las líneas curvas del cristal revelan verdades ocultas, reflejando los sueños y los anhelos del corazón. En esa superficie plateada, se dibujan las sombras del pasado, las esperanzas del presente y los destellos del futuro, como si el tiempo mismo se detuviera en un abrazo eterno. La partida avanza, y en cada movimiento se entrelazan los hilos del destino, como si el universo mismo estuviera jugando al ajedrez consigo mismo. Cada pieza, un símbolo en el gran rompecabezas del cosmos, una metáfora de la lucha entre la luz y la oscuridad, entre el orden y el caos. Y en ese juego eterno, donde el tiempo es solo una ilusión y el espacio una fantasía, nos encontramos a nosotros mismos, reflejados en el espejo del infinito, como piezas fugaces en el tablero de la eternidad. En el enigma del tablero, donde las piezas de ajedrez bailan al compás del destino, se oculta una caja china que guarda una historia de amor y pérdida. En su interior, reposa el relato de una joven que aprendió a jugar ajedrez por el amor a su hombre, un amor que ya no está, pero que sigue resonando en los susurros del viento y en los ecos del pasado.
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