LOS JUEVES CON LUCHO
UN LIBRO UNA OPINIÓN
"ASÍ SUFRIERON" POR HENRIQUE DE LA VEGA (COLOMBIA)
LOS ESCRITORES: QUE NADIE SEPA MI SUFRIR
A inicios de la década de los ochenta paseaba de manera continuada por la avenida Grau, en el distrito de La Victoria. En esa época era la gran dispensadora de libros para lectores entristecidos económicamente; verbigracia, el suscrito. Ojeaba títulos. Uno llamó mi atención por sugerente portada, decía "Así sufrieron" por Henrique De la Vega; y, en pulcras letras cursivas, anunciaba: Honorato de Balzac, Alfonso Daudet, Guy de Maupassant, Paúl Verlaine, Gerald de Nerval... ¿Cuánto? Pagué sin regatear, contra mi ancestral costumbre de hacerlo.
Repasé el libro varias veces antes de obsequiárselo a mi doctor en antigua convalecencia. Tengo complejo de regalón. El autor era un médico colombiano. Nos introduce al mundo clínico de cada uno de estos "faros" con precisión deslumbrante. Tuvo acceso a sus historiales médicos siendo estudiante en Francia. Le salió el libro redondo, original, de prosa galana. García Márquez leyó a su compatriota y quedó complacido, pero acotó: Me hubiera gustado que Dostoievski estuviera en un capítulo del libro, sufrió mucho.
Gabo estaba en lo cierto. Así como faltaba el autor de "Crimen y Castigo" la retahíla de sufrientes constituían legiones, aquí algunos: Kafka, cargó su complejo, neurosis y depresión toda su vida; Tolstoi, acentuó su misantropía apartándose del mundo, se ensimismó; Dickens y Conrad fueron temperamentales por no decir bipolares: por un quítame allá esas pajas, estallaban; Rousseau, la imagen del egocentrismo, odiado por quienes lo trataban; Baudelaire, llamado poeta "maldito", fue sifilítico dipsómano, drogadicto...Y siguen...
Supuse, iluso, que estos relevantes fantaseadores a quienes frecuenté con expresivo deleite, estaban pertrechados con acorazadas defensas en lo anímico y corporal y no eran pasibles de males plebeyos. El saber que no era así me conturbó. ¿Entonces, cómo lograron sobreponerse o desdoblarse de sus achaques? ¿Acaso, digo yo, el doctor Jeckyll y el señor Hyde moraban en ellos?.
En la obra de De la Vega, "Así sufrieron" aparece Alfonso Daudet. Hace poco les hablé de él y de su relato "El Delfín": vaticinaba que era el cuento que leyó Vallejo, el del verso XV de Trilce. Este genial narrador contrajo la sífilis y con ella, todas las desgracias para su salud; la precariedad médica por esos años era manifiesta y muchos escritores consideraban como una condecoración el adquirirla. Lo divulgaban en cartas con ostentoso orgullo.
También está Maupassant --preferido por Julio Ramón Ribeyro--, novelista y cuentista. Fue discípulo de Flaubert a quien le envió, tímidamente, su cuento "Bola de Sebo" (búsquenlo, es genial) para su opinión; en carta le responde: Es una obra maestra. Sufría de sífilis que devino en locura; sus nervios destrozados: estaba atrapado por todos los miedos existentes.
En el libro aparece Paúl Verlaine. Poeta Francés a quien le pasamos por alto su exacerbado alcoholismo, su deliriums tremens, su crapulosa vida, porque "El príncipe de las letras castellanas", Ruben Dario le dedicó "Responso a Verlaine". que arranca así: "Padre y maestro mágico, liróforo celeste..." Fue un alcohólico contumaz hasta los postreros instantes de su tortuosa vida. Con Rimbaud, su compañero de infortunio, formó el binomio de los "malditos".
Otro famoso, Edgar Allan Poe. Tiene obra reconocida y admirada por tirios y troyanos. En cierta oportunidad hice leer su composición "El Cuervo" a un querido pariente, al oírlo en su perfecto inglés y con las modulaciones y gesticulaciones propias del texto, asimilé el ritmo tronante de los versos y el encendido crescendo de las estrofas: me hallé subiendo por una etérea escalera buscando a Leonora. Este bostoniano acaparaba el conjunto de males posibles: alcohólico, drogadicto,neurótico, manía persecutoria, alucinaciones y un largo etcétera de anomalías. Vivió cuarenta y seis años.
Si hay un escritor universal que se gana nuestras simpatías por su vida colmada de aventuras, romances a discreción, simpatía a raudales y por transformar cada uno de sus libros en alhajas de incalculable valor, ese es Ernest Hemingway. Imploro a los letraheridos (aficionados a la lectura) que busquen "El viejo y el mar". Pocas veces, tanto al embravecido océano como a la soledad del pescador, un escritor le ha tributado tan bello homenaje.
Quién iba a pensar que este hercúleo señorón (estuvo atrapando merlines en Cabo Blanco, Piura), llegado a las seis décadas, le sobrevendrían una sarta de patologías (enfermedades); ansiedades, manía persecutoria, nervios, propensión al suicidio. Su hija narra sus últimos momentos que son desgarradores. Se levantó muy temprano y sin que lo notaran cogió su escopeta favorita y salió de su dormitorio. Estoy en cierto que recordaría los traumáticos e inútiles electroshock recibidos; no encontraba remedio para sus males. Solo se percibió un fuerte estampido. Le faltaban diecinueve días para cumplir los sesenta y dos años. Treinta años antes su padre se quitó la vida, se encontraba en los veintiocho años de su edad. Se descerrajó un tiro en la sien.
El espacio no da para más. Esto es una exigua muestra de los queridos escritores sufrientes. Sus dolencias yacían escondidas dentro de ellos: angustiados, quejumbrosos, impávidos, concluyeron su periplo terrenal. Déjenme creer, amigos, que sus males soterrados, ocultos, agazapados, se atrevieron a emerger llenos de celos, ponzoñosos, al no soportar tanta vida y tanta gloria en estos mortales.
Todo fue recogido del muro de Luis Manuel López Farfán
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