AMARILIS: DE HUÁNUCO - PERÚ, CON AMOR

LOS JUEVES CON LUCHO

AMARILIS: DE HUÁNUCO - PERÚ,  CON AMOR

Estoy sumergido desde mi gloriosa y añorada juventud en un mundo paralelo: el de la poesía. Los cristales que lo limitan castañuelean despidiendo iridiscencias: así sucede, las veces que un poemario me subyuga. Me desgloso, en esos instantes, de la grisácea y aplastante rutina terrenal.

Me declaro deudor impagable de las poetas y los poetas y sus adláteres, ¡me han hecho un hombre feliz!

Unos años atrás, fue encontrada en Estambul, una placa de arcilla en lenguaje sumerio; allí se halló un poema de amor escrita por una mujer. Describe bellamente las delicias que le ofrecerá su noche de bodas junto a su esposo. ¡Hace 4000 años!

Desde entonces la poesía ha tenido una continuidad maravillosa. Nunca se detuvo. Quienes la ejercen encuentran los colores, sonidos, ritmos, cadencias y aromas que están escondidas en las palabras y las esparcen como moléculas sobre nosotros, estupefactos lectores.

Gabriel García Márquez, en su discurso de recepción del Premio Nobel, deslizó esta joyita: "La única prueba concreta de la existencia del hombre es la poesía".

Los Jueves con Lucho se prestigia al sumar excelentes poetas entre sus amigos. Todos, quiérase o no, están a la busca del Vellocino de oro.

AMARILIS: EPÍSTOLA A BELARDO

Antes de leer --por la década de los sesenta--, a los fabuladores y poetas peruanos, pedía el auxilio de Luis Alberto Sánchez, Augusto Tamayo Vargas o Alberto Tauro del Pino, reales maestros de erudita sapiencia. Si bien existía muy poca disonancia en el juzgamiento de escritores, no se encontraba discordancia al valorar a María de Rojas y Garay, "Amarilis".

¿Quién fue Amarilis?

Una jovencísima huanuqueña que se atrevió en el siglo XVI a enviarle una carta de amor a Lope de Vega, la llamó "Epístola a Belardo". Lope la publicó en su obra, "La Filomena" agregándola, supongo, como algo pintoresco a pesar de sus encomios. Ah, pero no era cualquier misiva. Hay una fuerza de invención poética que pocas veces se dio en la Época de la Colonia: gracia, requiebro, arrebato y sensibilidad. Rebalsa la mera expresión verbal y, Amarilis, sobrecogida de amor, vuela arrobada volcando sus propios parajes escondidos.

Lope de Vega le contestó. Pero, oigan lo que dijo el erudito Marcelino Menéndez y Pelayo: "La respuesta no estuvo a la altura pues la poetisa ultramarina se lleva la palma". Había vencido nada menos que al "Monstruo de la naturaleza", al "Fénix de los ingenios". Y lo hizo, esta casta doncella huanuqueña, en su propio terreno: la versificación.

¿Creen en la abducción? Me sucedió.

Fui ganado por un prodigio. En un ilimitado instante estuve al lado de Amarilis. La vi en el preciso instante en que escribía, con pasmosa lentitud, la "Epístola a Belardo". ¡Hay de mí! No quise indagar ni entender el suceso.

Estaba acodada ante un límpido escritorio de ébano. Divisé libros dentro de suntuosos anaqueles tallados en filigranas de oro; representaban figuras de ángeles, arcángeles, faunos. Una amplia ventana con tules transparentes permitían observar una tupida floresta; de ella, se desprendían delicados aromas.

Amarilis, en esa posición, asemejaba una garza blanca en reposo. Cabello suelto, blondo, sus labios pequeños acentuados con ligero carmín; en el momento de levantar su rostro, los destrenzados rayos del sol se filtraban hacia uno de su perfiles: era una tierna y bella ninfa despertando de la adolescencia.

Me acerqué cauteloso. Una delicada mano escribía; la otra, tocaba su pensativa sien. Logré leer:

"...El sustentar amor sin esperanza / es fineza tan rara, que quisiera saber si en algún pecho se ha dado"... "Nunca tuve por dichoso estado / amar bienes posibles / sino aquellos que son más imposibles".

¡Le estaba declarando su amor platónico a Lope! Su pluma se deslizaba lenta, cadenciosa, pero con trazos firmes. No se detenía. Buscaba en su ensimismamiento el texto ya creado en su corazón. Por momentos, la figura de sus labios adquirían la enigmática sonrisa de la Gioconda.

"...oí Belardo tus conceptos bellos / tu dulzura y estilo milagroso / ..."Y tendré gran disculpa / si el amarte sin verte, fuere culpa...”
La veo levantar la mano con la pluma y escribir algo en el aire, las revolotea como haciendo círculos, sus labios murmullan.

"¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares / que es patria tuya el cielo, / y que eres peregrino acá en el suelo!...”
Tiene que decirle a su Belardo, quién es ella. Se para y pasea por su cuarto. Está meditando. Se sienta presurosa.

"De padres nobles dos hermanas fuimos / que nos dejaron en temprana muerte / aun no desnudos de pueriles paños./..."yo he sido a dulces musas inclinada. / ..."Yo, siguiendo otro trato, / con virginal estado / a Dios con grande afecto consagrado / contenta vivo en limpio celibato"…”

La noto eufórica. Presiente que está por concluír su epístola. Tiene que lanzar sus fogonazos finales. Arrebatada, escribe,
"...Finalmente, Belardo, yo te ofrezco / un alma pura a tu valor rendida..." "Pero si te he parecido atrevida / a lo menos parézcate rendida..."

Concluye afirmando que sus versos cansados, simples van donde Belardo..."navegad, buen viaje, haced la vela, / guiad un alma que sin alas vuela".

Este poema de  amor está hermanada con la observancia de una artística pintura: las pinceladas maestras están distribuídas con equidad; empero, tienes que alejarte un poco para gozarla en plenitud. Iguamente, este grande sollozo de pasión, la epístola, hay que leerlo pleno; de esta manera, encontraremos esa supremacía ante Lope de Vega, de la que hablaba el enciclopédico Marcelino Menéndez y Pelayo.

El cuadro que contemplo extasiado, me habla; los versos que leo arrobado, me susurran.

Veo a Amarilis releer su larga carta. Corrige levemente algún acento. Levanta hoja por hoja y las observa. Su rostro se vuelve luminoso. Delicadamente coge sus escritos como si fueran racimos de frescas rosas, las oprime contra su pecho y haciendo un cadencioso vaivén, exclama ¡Belardo!

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