Luis Manuel, el inagotable, siempre trae una novedad. El ministerio de educación del Perú, nunca se tomó el trabajo de transitar por la vida y encontrar una joya invaluable como este ilustre peruano.
De nada sirve el reducido campo de las redes sociales. Para lucir tanto conocimiento. Y que todo quede ahí.
Por Dios no estoy pidiendo un monumento. Un Honoris Causa. Un Embajador de las letras.
Solo pido que no se pierda, tanto talento. "La Cantuta", UNMSM, La PUC, La San Martin de Porres, no lo pueden invitar a que converse con los estudiantes de letras o estudiantes de educación
Salud, buen, Luis Manuel.
LOS JUEVES CON LUCHO
RECUERDOS DE LA FERIA DEL LIBRO FIL 2019 JEREMÍAS GAMBOA - MARIO VARGAS LLOSA
UNO: GAMBOA JEREMÍAS.
A las cinco en punto de la tarde, tal como reza el elegiaco poema de Federico García Lorca, "Llanto por Ignacio Sánchez Mejia" (búsquenlo), del veinte de julio, en la sala José María Arguedas, exponían sobre "Carmen Balcells y el boom de la literatura latinoamericana", Gloria Gutiérrez y Jeremías Gamboa.
A esa hora, bien pertrechado en la sala, tercera fila, esperaba contrito a los ponentes. Oigo aplausos. Una gentil dama con esa donosura y garbo que tan bien describe Chabuca Granda, se hizo presente. A su lado, un elevado caballero con aliño deportivo, cabellera grandilocuente de fosco color, sonrisa amplia, respondía los aplausos. Ella era Gloria y él, Jeremías.
Sentado en primera fila brillaba el recientemente ascendido a octogenario; aquel que nos ha pedido "permiso para retirarse", el más querido, simpático y perspicaz escritor que junto con Vargas Llosa, y Alonso Cueto, hoy, forman el mágico tridente de nuestras letras: Alfredo Bryce Echenique.(Carlos Germán Belli está en mi corazón).
Rompió el fuego Jeremías, trae un voluminoso libro del que extraerá y leerá algunas notas sobre esta noble matrona que revolucionó los derechos de autor desde la década de los sesenta. "Literaturicida" la llamaban editores disconformes por su decidida protección a los escritores.
Gamboa es, ahora, un consumado expositor: claro, enterado, histriónico; es de aquellos personajes que aupa un ángel encima. No fue lo suyo esa seriota monserga con la que nos atosigan los eruditos. El impacto de las anécdotas convertían la sala en un jolgorio. La dama nos enteró de las veces que se contentó con la salpimentada elocuencia y "chispa" de Carmen Balcells. Trabajó muchos años en su agencia.
Jeremías rememoró sus varias entrevistas en Barcelona con ella. Recibió sendos profesionales consejos. Confirmó la fama de plañidera que tenía y que escritores como Vargas Llosa, Onetti, Bryce, García Márquez y Fuentes lo cuentan en sabrosas notas. Lo trató, con la ternura a flor de piel, como a un hijo, lagrimitas incluida. Se sintió conmovido al estar "ante este mito viviente". La vasta experiencia en la edición de libros que incluía a integrantes del boom literario y seis Premio Nobel, le permitió sugerirle variantes a la carátula de su libro "Contarlo todo".
Gamboa le solicitó a Bryce contar alguna anécdota que tuvo con Carmen Balcells. Con la gracia que le es innata, Alfredo dijo: En alguna oportunidad, Carmen solicitó que la acompañara para dejar panetones a todos sus representados en Barcelona. "Nos trasladábamos en un taxi y yo los entregaba por indicación de ella". Los asistentes se regocijaron. Aplausos sostenidos.
Y... el autor de "Contarlo todo" que obtuvo el Premio Tigre Juan en Oviedo, España, "Punto de fuga" y "Cuba Stone", dice: Si alguien del público desea intervenir, por favor, que sea breve, puede hacerlo. Silencio.
De pronto, alguien levanta la mano. Es Los lunes con Lucho. Me entregan el micro.
Hablo. "Como se están contando anécdotas, referiré lo que leí del poeta Rodolfo Hinostroza. Había ganado el Premio Internacional de poesía Maldoror el año setenta y uno; Carmen Balcells lo cito a Barcelona para hablar sobre su publicación. Al llegar, hizo antesala. Carmen estaba ocupada. De pronto aparece una persona que se sentó enfrente de él. Lo reconoció. Se paró, fue a saludarlo, le espetó: "Tú eres García Márquez y tú eres Hinostroza, el poeta ganador del Maldoror, me gustan los poetas", le respondió Gabo. Se abrazaron. Hinostroza aprovechó para solicitarle apoyo financiero para una revista de poesía que se editaría en Paris. Lo escuchó con atención. Llamó a Carmen: "Voy a sacar una revista de poesía en Paris y mi amigo Hinostroza la dirigirá, soluciónale el asunto financiero". Carmen respondió: "No hay problema, venga conmigo, Hinostroza". En el trayecto a su oficina le dijo: "El es mi jefe, todo lo que pida, se hace, donde manda capitán no manda marinero".
Hablo. "Como se están contando anécdotas, referiré lo que leí del poeta Rodolfo Hinostroza. Había ganado el Premio Internacional de poesía Maldoror el año setenta y uno; Carmen Balcells lo cito a Barcelona para hablar sobre su publicación. Al llegar, hizo antesala. Carmen estaba ocupada. De pronto aparece una persona que se sentó enfrente de él. Lo reconoció. Se paró, fue a saludarlo, le espetó: "Tú eres García Márquez y tú eres Hinostroza, el poeta ganador del Maldoror, me gustan los poetas", le respondió Gabo. Se abrazaron. Hinostroza aprovechó para solicitarle apoyo financiero para una revista de poesía que se editaría en Paris. Lo escuchó con atención. Llamó a Carmen: "Voy a sacar una revista de poesía en Paris y mi amigo Hinostroza la dirigirá, soluciónale el asunto financiero". Carmen respondió: "No hay problema, venga conmigo, Hinostroza". En el trayecto a su oficina le dijo: "El es mi jefe, todo lo que pida, se hace, donde manda capitán no manda marinero".
Al contar estos hechos llegaron los inmerecidos aplausos de la nutrida concurrencia. Y como el tiempo fue breve, no pude alcanzarle estos sucesos: Cuenta Carmen Balcells, que tiene en la pared de su oficina, escrito con negro plumón, esta inspiración de Gabo: "El sueño de mi vida es poner una agencia literaria y tener un autor como yo". Cierta vez la llama por teléfono y le dice: ¿Me quieres, Carmen? "No te puedo contestar porque representas el 36.2% de mis ingresos". Siempre genial Carmen Balcells.
DOS: MARIO VARGAS LLOSA
Salí presuroso luego de abrazar a Jeremías, encaminándome a la sala Blanca Varela, Exponían Alvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner, moderaba, Mávila Huertas. El tema: Corrupción y Democracia.
Me ubiqué en el lado izquierdo del salón en el primer asiento, a un metro de la pared medianera.. El proscenio, en el que ya estaban los comunicantes, se encontraba alejado de mí; aún así, tenía buena visión. El auditorio estaba repleto. De pronto, oí agolpados murmullos seguidos de estentóreos aplausos. No entendía el por qué.
Alguien vociferó a mi costado ¡Es Mario! Y fijaba su mirada hacia la puerta de atrás, la del ingreso. Volteé sobresaltado y miré. Lo divisé. Venía por el lado donde yo estaba ubicado. Trepidó mi corazón.
Se aproximaba franqueado por cuatro miembros de su seguridad: dos adelante, dos atrás, él, en medio. Calculé que en veinte segundos pasaría a cincuenta centímetros de mi privilegiada colocación. Su andar lucía cadencioso, rítmico, alegre su rostro, mirada enhiesta, mentón levantado, mano derecha izada saludando los vítores que provenían de todas direcciones; venía hacia mí este sabio patriarca de las letras de apenas ochenta y tres años. Diez segundos y lo tendría al alcance de mi mano.
Me sucedió lo que cuenta Proust en "En busca del tiempo perdido": Marcel (es el nombre del narrador) al momento de ingerir el té con magdalena (buñuelo) afluyeron sus recuerdos como ríos caudalosos. Lo mío no fueron ríos. Fueron libros; aquellos que había leído desde adolescente los veía girar enfrente de mi con monocorde ritmo: la retahíla de personajes que tenía hospedados adquirían vida y lueguito se disipaban. Cinco segundos... solo cinco segundos...
La vocinglería tamborileando su nombre hacia que mi voz se perdiera con la ellos. Mis manos, ya adoloridas de tanto aplaudir, estaban insensibles.
Faltando tres segundos, lo juro, el Nobel posó distraídamente su mirada en este enfervorizado y entusiasta senescente. Lo tenía a cincuenta centímetros. Solo quedaban dos segundos, fijó su vista directamente en mí. Restaba un segundo: inclinó levemente su testa en señal de aquiescencia; en esa fracción de tiempo su mirada, ¡bronce vivo!, se fundió con la mía. Y luego que prosiguió su caminar, no supe qué hacer con mi corazón.
Nuestro querido Alonso Cueto (ya tengo su "Perricholi" en mis manos) tiene un delicioso libro que releo con pasión: "Sueños Reales"; las ficciones analizadas y recomendadas en esta obra las conozco y las que no, las he buscado presuroso. Pues bien: eso fue para mí estar a cincuenta centímetros de Mario y que se haya detenido el tiempo en el segundo que me miró, transformándose en un sueño real.
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