¿SE PUEDEN VER A LAS ÁNIMAS EN PENA?
PERCY ANTONIO COLLAO ALVA.
Cuenta la leyenda que los perros ven a las almas algunas personas. Estas personas, han fallecido y por diversas razones se apegan y/o se quedan vagando por el mundo de los vivos.
El folklore, con su sapiencia, asegura que quien limpia las legañas de los ojos de un perro. Y esa mano sucia, contaminada, se las pasa, frota, por sus ojos adquiere la propiedad
Tendría 12 años me encontraba en el Coricancha en el Seminario "San Juan Bautista" de la Orden de Predicadores. Seguidores de Santo Domingo Guzmán, los dominicos. Tenía toda la intención de convertirme en sacerdote.
Cierto día, en que estábamos conversando, un grupo de seminaristas, se acercó un fraile; un sacerdote. Muy peculiar. Bajito de estatura. Delgado de contextura. Gozaba de la fama de ser un excelente narrador de mitología Latina
El padre Wenceslao, según dicen seguido por la curiosidad. Practicó esa antihigiénica acción de limpiar los ojos a un perro callejero. Que se había hecho su "amigo"
Asé es que picado por la curiosidad frotó los dedos en sus ojos. Se dice que así, desde ese momento, empezó ver a las ánimas de las personas que habían fallecido. había adquirido ese ¿"don", "facultad"?
Uno de los seminaristas de mayor antigüedad. Por edad y por años de estudio y permanencia. Como gozaba de cierta "confianza", con el RP Wenceslao. Se tomó la siguiente licencia.
Estábamos en una tarde de descanso. Cuando el audaz seminarista, al amparo de sus privilegios. Se lanzó al ruedo y formuló la pregunta
- ¿Padre, por favor, cuéntenos esa noche que vio a un grupo de sacerdotes en uno de los pasadizos del templo?
El Padre Wenceslao, le dio una mirada cómplice. Y sonriendo con toda la calma del mundo, empezó.
—Cierta noche, que me había quedado leyendo algunos escritos de la época virreinal. De una de las bibliotecas que se encuentran en uno de los sótanos, de este sacro convento. De pronto me dio sueño. Así es que decidido, empecé a cerrar los sobres, enfundé las gruesas páginas que había leído. Terminada esa tarea. Empecé a apagar las velas que alumbraban el recinto. En verdad estaba algo cansado. Los ojos, me quemaban. Me ardían. Me toqué la frente, comprobé que no tenía fiebre ni calentura. Me acomodé el cinturón coloqué el crucifijo en su lugar. Ya todo en orden empecé a caminar alumbrando mi camino con un pequeño cirio. Todo estaba muy bien. Cuando de pronto sentí un viento helado que calaba mis pies. Ese vientecillo, venía desde abajo y empezó a subir por todo mi hábito. Llevaba puestas una sandalias y ninguna medias. En ese mismo instante, escuché unas voces que entonaban un cántico, en latín, era una letanía que se utilizan en los responsos, para las ánimas benditas. Mi sentido, me dijo que esperara. Así lo hice. Como soy delgado y algo bajito me coloqué en la hendidura de una columna con la pared. Y pasé desapercibido. Me tomé mi tiempo, esperé. En eso se apareció una comitiva de unos trece frailes de nuestra orden, que desfilaron delante de mí. Uno, tan bajito como yo, encabezaba el grupo. Llevaban sus capuchas puestas, que le cubrían el rostro, en su totalidad. Cuando terminó de pasar la comitiva. Avancé con la intención de aunarme al cortejo. Grande fue mi sorpresa. Al comprobar que los sacerdotes no caminaban. Sus hábitos rozaban el frío empedrado del pasaje. No tenían pies. Ya se imaginarán, Uds., cómo me puse. Pálido, blanco como la cera, creo que hasta transparente. No tuve miedo. Me entró un pavor tremendo. Para suerte mía. Avanzando me encuentro con el lego, hermano, Cipriano.
Me miró y preguntó: ¿Le sucede algo, RP Wenceslao?
Respondí —¿viste a la comitiva que acaba de pasar. Hace unos segundos?— Su respuesta me dejó frío —no—
Como última esperanza. Insistí: —¿habrás escuchado el coro que entonaban ese hermoso responso?— Su respuesta me hizo quedarme paralizado —lo que escuché fue un fuerte viento que me azotó al salir de mi celda, para ir al baño—.
Estábamos tan entusiasmados escuchando la narración del RP Wenceslao. Que el repique de la campa llamando para cenar nos sacó del letargo en que nos había sumido la narración.
Un día me tengo que morir. Este cuerpo se convertirá, todo en polvo. Todo desapareceré. Lo aquí escrito es cierto. Todo es tal como lo escuché. Es verdad lo que os he narrado ¿Qué, parece un cuento de misterio? ¿Una leyenda tal vez?
La imagen fue recogida del Internet.
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