RONALDO
Adrio Míchelena
Ronaldo creció en una choza de Bento Ribeiro, uno de los barrios más pobres de Río de Janeiro. Su padre tardó días en registrarlo, porque ni siquiera tenía dinero para reafirmarle la identidad en un papel. Lo llamó Ronaldo, en honor a Ronaldo Valente, el médico que practicó la cesárea en 1976. En la Navidad de 1980, un regalo cambió para siempre la vida del pequeño: una pelota. Con eso, el niño se olvidaría de pedir esos juguetes caros que no le podía comprar. Sonia y Nélio sabían que la pelota era un refugio hermoso para su hijo, mucho más bello que el que ellos le podían dar. Lo que jamás imaginaron era que los pies del niño eran estrellas y que, en cada toque, esas estrellas harían viajar a la pelota por lugares ocultos, abriendo agujeros negros en los arcos y portales hacia otros mundos. Ronaldo, sin saberlo, jugaba un fútbol ancestral, lleno de goce, y libertad, quizás el que jugaron los dioses de la antiguedad.
La pelota lo buscaba, lo seguía fiel, como un perro hambriento que no encuentra a su dueño. Y juntos, niño y balón, inventaban formas nuevas de moverse, de avanzar, de marcar goles. Ronaldo se divertía en los campos de tierra del barrio y en el fútbol sala; la superficie, justamente, era algo superficial para él. En su primer año en el Social Ramos, hizo 166 goles en el campeonato metropolitano de Río. Dejaba las redes a la miseria. A punto de cumplir 13 años, sus padres se habían separado y su madre ahí andaba, con el corazón roto, haciendo malabares para poner un plato en la mesa. Una vez por semana, resignaba un paquete de arroz y compraba un billete de lotería con la esperanza de salvar a su familia. Pero la suerte se iba para otro lado. A mediados de los ochenta, Ronaldo hizo una prueba en Flamengo, aunque terminó jugando en el modesto Sao Cristovao, hasta que fue vendido por 13 mil dólares a Cruzeiro. Ahí comenzaría su camino hacia la gloria.
Luego vinieron el PSV, Barcelona, Inter, Real Madrid, Milan y Corinthians. Se coronó campeón mundial con Brasil en 2002 (en 1994 formó parte del plantel, aunque no llegó a jugar). Y su nombre dio la vuelta al mundo, ya que cada vez que encaraba hacia el arco era como un cohete estrellándose contra un ventanal. A pesar de ser “gordito”, encendía el turbo y despegaba al ritmo de su gambeta, tan carioca como su propio andar. No por nada lo llamaban "El Fenómeno". Las lesiones le impidieron ganar más títulos y marcar más goles; en 15 años de carrera pasó 1.390 días fuera de las canchas. Sin embargo, esas adversidades solo lo hicieron más grande. No muchos logran regresar después de romperse dos veces las rodillas. Años después, su madre, emocionada, confesó a la prensa: “Yo compraba billetes de lotería cada semana, soñando con ganar el premio mayor. Pero nunca imaginé que el billete ganador era aquel niño que rompía mis jarrones del comedor con un balón”.
Comentarios
Publicar un comentario