Esta fecha me hace recordar a Yungay. Nadie alteró la naturaleza. Nunca se hizo nada. Se desprendieron los hielos y en cuestión de segundos. Todo Yungay y sus caseríos de alrededores quedaron sepultados.
Fue terrible.
Recuerdo a mi hermano Ernesto Soto, de la Promoción 1970. Se fue de voluntario. Es que se hizo un llamamiento a nivel de todo el Perú. Cuando llegó, nuestro compañero, le pregunté: "y qué tal te ha ido zambito? Me respondió: Fue una semana muy dura, triste, dolorosa. No había nada: agua ni una naranjita. Qué pena ver las palmeras chiquitas. Nos dijeron que medían casi 20 metros de altura."
En verdad, quedé impactado. Todos estábamos orgullosos de que un Bartolo y de nuestro 5to D, hubiera estado en el lugar de los hechos. Ayudando.
Pregunto: la naturaleza no le pasará la factura a la represa Tres Bocas de China. Creo que ahí hay mucha soberbia. El peso de esa obra. Ha hecho inclinar a la tierra algunos grados. Se ha alterado por ahora la duración del día. La naturaleza, siempre vuelve y recupera lo que es suya, lo que le pertenece.
Chinos marrajos. Preocupense, que no le suceda nada a nuestro planeta. Xi recuerda que no tenemos otra tierra. Más que esta.
El fenómeno, que presentamos no sucedió un 31 de mayo. Sucedió un 9 de octubre de 1963. Esperamos que no haya quedado como una efeméride más.
LA NATURALEZA NO PERDONA
Rodhia Flores
La primera señal no vino de la tierra, sino del cielo. Micaela Colletti tenía apenas 12 años cuando los pájaros comenzaron a trinar al unísono. Era una noche cualquiera.
Todos se preparaban para dormir cuando escuchó un estruendo. Su abuela entró apresurada, cerró las persianas y susurró: “Se acerca una tormenta”.
Pero lo que se aproximaba no era una tormenta común. Era una catástrofe que cambiaría su vida para siempre.
Primero fue un sonido espeluznante, como millones de puertas metálicas chocando entre sí. Luego, el suelo desapareció bajo sus pies. Su ciudad entera se convirtió en un río de lodo, escombros y desesperación. Los edificios colapsaron unos sobre otros como si fueran de papel. Techos volaban como hojas secas. Autos volcados se transformaban en balsas improvisadas para familias, enteras, que huían sin rumbo.
Micaela fue arrastrada por el agua 350 metros. Terminó sepultada bajo el barro, pero un día después, contra todo pronóstico, la encontraron con vida. Fue una de las pocas almas afortunadas.
Lo que destruyó su hogar no fue un terremoto, ni un acto de guerra. Fue una presa. Una obra humana, construida con soberbia, codicia y desdén por la naturaleza.
La presa de Vajont fue un ambicioso proyecto italiano de los años 50. Ubicada en un estrecho valle alpino, se construyó para generar energía hidroeléctrica con fondos de ayuda internacional tras la Segunda Guerra Mundial. En su momento, fue la presa más alta del mundo: 262 metros de concreto erguido como un monumento al progreso.
Pero desde el principio hubo advertencias. Los ingenieros alertaron que la zona era inestable, propensa a deslizamientos de tierra. Pero siguieron trabajando. El agua podía ablandar las montañas. Las autoridades, sin embargo, ignoraron los riesgos. Tenían prisa. Tenían poder. Es que había mucho dinero en juego.
En 1961 ocurrió el primer aviso: una parte de la montaña cedió, generando una ola que apenas sobrepasó la presa. Nadie murió, pero el peligro era evidente. La naturaleza, lanzaba su primer aviso. Aun así, siguieron adelante. Bajaron el nivel del agua, pero luego lo subieron. Es que la presión política, está fuerte. Se redujo al máximo la seguridad. La producción energética era más importante.
Y entonces llegó la noche del 9 de octubre de 1963.
Una falla en la montaña se lubricó por la lluvia. A las 10:39 p.m., 260 millones de metros cúbicos de tierra y roca se precipitaron al embalse. La ola generada superó los 100 metros de altura. La presa, irónicamente, resistió. Pero el agua la sobrepasó con una furia bíblica.
La ciudad de Longarone, y otras tres poblaciones, fueron arrasadas en minutos. El agua no solo destruyó estructuras. Desnudó cuerpos, arrancó techos, arrancó vidas. Más del 95% de los habitantes murieron.
Fue un desastre provocado por el hombre. Y el mundo, acabó con todo. Algunos libros técnicos, rara vez lo recuerdan.
Hoy, la presa de Vajont sigue en pie. No como símbolo de poder, sino como una advertencia silente. El gobierno que construyó la obra nunca asumió del todo su culpa. Los medios oficialistas culparon a la naturaleza, al destino, incluso a Dios. Hubo pocas detenciones, ninguna condena ejemplar.
Pero la verdad es más cruda. No fue un accidente. Fue la suma de negligencias, de decisiones tomadas desde la comodidad del poder, ignorando vidas humanas en favor del lucro.
La naturaleza no negocia. No perdona. No le interesa nuestra burocracia, ni nuestras excusas.
Cada desastre evitable es una tragedia con nombre y apellido.
Y por eso, mientras existan historias como la de Micaela y su pueblo, es nuestra responsabilidad recordarlas. Porque el olvido, como el silencio de quienes sabían y no hicieron nada, es cómplice y también mata.
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