TRUMP ACABA DE DESTRUIR EL IMPERIO DE LAS GRANDES FARMACÉUTICAS.

Tremenda noticia que remueve los cimientos de la gran industria farmacéutica norteamericana.
Como dice muy bien la nota su medicamentos no curan solo alivian los males. Surge la pregunta del millón saldrán nuevos medicamentos contra el alzheimer, el sida y el cáncer? Es una noticia de la misma nación de los rascacielos.
TRUMP ACABA DE DESTRUIR EL IMPERIO DE LAS GRANDES FARMACÉUTICAS.

Exactamente a las 3:00 p. m., hora del este, Trump hizo su jugada. No fue un discurso. Ni una provocación. Un ataque directo al complejo médico-industrial que se ha alimentado del sufrimiento estadounidense durante décadas. Al anochecer, el anuncio fue claro: los precios de los medicamentos en EEUU bajarán hasta un 80 % de inmediato.

Esto no es una reforma. Es una ejecución. Una Política de Precios de Nación Más Favorecida garantizará que los estadounidenses nunca más paguen más que el precio más bajo a nivel mundial por el mismo medicamento. Se acabó la estafa. El sistema que desangró a las familias trabajadoras, destruido.

Durante décadas, las grandes farmacéuticas han robado a los estadounidenses, vendiendo los mismos medicamentos fabricados en las mismas fábricas en el extranjero a un precio diez veces superior. Usaron el dinero de los contribuyentes para financiar la investigación, subcontrataron la producción a China y luego se la vendieron a precios inflados, mientras predicaban "costos de I+D". Mentiras. No quieren curas. Quieren clientes. Las enfermedades crónicas son su fuente de ingresos. Cáncer, Alzheimer, diabetes, depresión: controlados, no curados. La dependencia artificial siempre fue el objetivo final.

Trump simplemente rompió la máquina.

Expuso la verdad que nunca debimos ver: que el imperio farmacéutico nunca se trató de curar, sino de controlar. Mantener a la gente enferma. Mantenerla pagando. Mantenerla callada. Cuando Trump impulsó terapias seguras y asequibles en 2020, lo ridiculizaron. Pusieron a los médicos en la lista negra. Implementaron una inyección apresurada y silenciaron a cualquiera que hiciera preguntas.

Detrás de la FDA, los NIH y los CDC se encontraban los verdaderos titiriteros: gigantes corporativos y élites globales que usaron la salud como arma y la enfermedad como palanca. Y compraron todos los niveles de protección: los medios de comunicación, el Congreso, los reguladores, incluso el mundo académico. Pero Trump no estaba en venta. Y ahora, están expuestos.

Lo dejó claro: "Las contribuciones de campaña pueden hacer maravillas, pero no conmigo". Esa frase detonó su última defensa. El mismo pantano que les provocó la adicción a los opioides, el aumento vertiginoso de los precios de la insulina y la coerción con las vacunas ahora está en pánico. Sus ganancias se desplomarán. Su narrativa se está derrumbando. Y el pueblo estadounidense está despertando.

Esto va más allá del dinero. Se trata de desmantelar el sistema penitenciario blando disfrazado de atención médica. Códigos QR, identificaciones digitales, vacunas obligatorias: esto nunca se trató de seguridad pública. Se trató de control biométrico. Se trató de convertir a cada ciudadano en un activo etiquetado en una red de vigilancia global. Trump acaba de romper ese velo.

Pero no crean que se irán en silencio. Esperen que los medios griten. Esperen falsas "crisis sanitarias". Esperen que expertos a sueldo adviertan sobre las "consecuencias". Pero el daño ya está hecho. La gente lo ve ahora. Ve quién está realmente detrás de la máscara.

Esta orden ejecutiva no es el final, es el principio. Una señal de que la Casa Blanca ya no es un patio de recreo para los cabilderos farmacéuticos. Es una sala de guerra. Y Trump acaba de disparar la primera salva. Estados Unidos nunca más será rehén de los demonios en batas de laboratorio. Las cadenas químicas se están rompiendo. Los tiranos están cayendo. Y la era de la libertad médica ha comenzado.
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